El antro

El antro. Jéssica de la Portilla Montaño.

El antro

 
Estaba en el antro de siempre. No esperaba verte ahí, no había motivo pues el antro era mi sitio. Durante años fue mi rincón preferido para pasarla bien. En todos estos años jamás te paraste por ahí.
Llegué feliz, con ganas de divertirme. Te vi a lo lejos, esperando en la cadena. Deseé que no te dejaran entrar con tu traje y corbata. Pero el antro se ha vuelto algo más democrático con la gente normal.
Comencé a beber moraditos sabor a Kool-Aid. La barra libre continúa aunque de modo clandestino. Pasaron un par de horas y pensé que no habías entrado. Demasiada formalidad para visitar el antro favorito de la banda gótica, punk y metal.
Estaba por consumir un agua de doscientos pesos cuando te vi recargado en la pared. Solo. Sentí tanta lástima que caminé hacia ti contra mi voluntad.
También me viste. Dibujaste en tu cara la misma sonrisa estúpida que presumes desde adolescente.
De pronto me di cuenta de que ya no siento nada por ti. Nostalgia, rencor, sueños rotos, bla bla bla… nada. Nada de eso queda. Normalmente me habría abalanzado a abrazarte mientras me lleno de mocos y emotivas lágrimas. Tú sí me diste un abrazo que casi me asfixia. Y mencionaste cuánto gusto te da saber sobre mí… Frecuento el antro casi cada fin de semana desde hace dos décadas. Si tanto era tu repentino interés, me hubieras marcado para saber si estoy viva. Nunca cambié de correo electrónico o de redes sociales por si reaparecías.
No pensaba encontrarte ahí ni en ninguna parte. Tenía la secreta esperanza de que hubieras muerto por cualquier estupidez. Pero soy bruja, y sin saber el motivo desempolvé la faldita de cuero que me diste aquella última Navidad en nuestro hotel de enfrente.
La plática habitual: qué cuentas, qué has hecho. No quería tocar temas personales. Fuiste tú quien, de la nada, dijo sentirse solo. Te pregunté por tu esposa, y no hiciste más que levantar los hombros mientras mirabas mis piernas. No quise indagar el por qué te sientes solo si sigues casado con la fea que elegiste.
Levanté mi vaso transparente y bebí de hidalgo el moradito sabor a Kool-Aid. Mi agua de doscientos pesos podría esperar.

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