Pandemia.
Hace tiempo que nuestro tiempo perdió sentido. Tantas veces nos quejamos de su falta, y ahora no hallamos qué más hacer con él.
Apenas hace un par de meses teníamos tanto por vivir. Cientos de sueños por realizar. Ya estábamos planeando las fechas exactas para ver a nuestras familias, a dónde íbamos a ir a comer y a pasear, cuántos lugares insospechados había por conocer. Vacaciones de Semana Santa con las abuelas, una excursión con amigas en el verano, regresar a las playas de Mazatlán. Cumpleaños, varios cumpleaños y obsequios que ya habíamos comprado, la renta del salón y el apartado de la comida, el adelanto de los payasos y el mago y hasta un pequeño salón de belleza para consentir a las niñas…
Pero de un momento a otro las ilusiones desaparecieron. Los sueños se fueron esfumando sin despedirse siquiera. Cualquier esperanza se diluyó ante la noticia de una pandemia importada desde el rincón más oscuro, lejano y restringido de nuestro planeta.
De un momento a otro periódicos, televisión y radio se llenaron de la palabra con c. La nueva y temible palabra con c que sustituyó a la enfermedad de siempre, esa que arrasa con el ser humano en cuestión de meses pero que se combate con quimioterapia.
El nuevo coronavirus comenzó su ataque con discreción. Un par de muertos del otro lado de otro continente. El mismo par de muertos que se ha ido haciendo legión. Un par de muertos multiplicándose diariamente.
Un desconocido, que probablemente siga vivo a estas alturas de la pandemia, escribió:
“Doce muertos, y todos pierden la cabeza”…
–Mientras no estén sus muertos o los míos entre esos doce, supongo que no hay problema.
(O al menos eso piensa la mayoría de los vivos, los que siguen vivos y que aún no se han visto obligados a enterrar a nadie.)
“Yo no creo en el coronavirus, pero pues cada quien”, dijo una señora cuando le preguntaron por qué fue al mercado de mariscos. Será que acaso confundió cuarentena y cuaresma. Ni que el coronavirus fuera Santa Claus o el Espíritu Santo.
El coronavirus llegó desde Oriente con un tsunami de desesperación a crear nuevas cortinas de humo en el deplorable y de por sí ya patético panorama internacional.