ABRAHAM TÉLLEZ ESPAÑA
CORPÓREO ESPEJISMO
Me gusta cómo es Mariana. Dice que el prender una vela o acomodar las rosas en el jarrón tiene su importancia. La presencia que generan transforma la apariencia total de la sala o la habitación. Las flores, por encima de las velas, son fundamentales para nuestra Mariana.
Algunos invitados han percibido la firme suavidad de los pétalos, y alaban dicho regalo de la naturaleza con un cumplido para la anfitriona. Otros, quienes apenas las notan al entrar, los que callan, actúan como si el manojo floral que llegó ahí por manos de Mariana, fuera intrascendente en lugar de una verdad sagrada. Mariana sabe que se trata de un adorno pasajero y simple, pero es esto lo que les brinda una belleza momentánea, difícil de comparar con otra existencia.
Al final de la fiesta, que había sido todo menos placentera, Alicia y Mariana se quedaron a solas. Las velas del comedor se consumían a lo alto de las servilletas manchadas de bilé; desde su candelabro, lanzaban una luz pequeña y luchadora sobre las migajas, en el mantel salpicado de vino. Y en cambio, las lilis y las rosas perduraban soberbias, sin ninguna alteración.
Liviana e insatisfecha, Mariana se tendió en el sofá. Recargó una pantorrilla sobre la mesa de centro y suspiró. Para entonces, Alicia se había encargado de llevar la cristalería a la cocina y también de desinfectar el baño.
—Es lo primero que debe hacerse cuando las vistas se van —afirmó Alicia encontrando un lugar amoroso junto a su amiga.
Al sentir el calor sin amenaza que produjo Alicia en su costado, Mariana extendió la otra pierna sobre la mesa, adquiriendo una postura masculina y desfachatada que Alicia jamás le había visto.
—¿A ti te gustan las flores, Alicia? —cuestionó Mariana con la mirada en aquel ramo bicolor.
Mientras lo pensaba, Alicia tomó un cojín que se colocó encima del vientre como un escudo contra la noche.
—Para serte franca, prefiero los árboles.
Sin argüir nada, Alicia observó el cuerpo de Mariana. La recorría una placidez mortal y, vista así, con los pies sobre la mesa, se le figuró un cadáver flotando entre las sombras.
—Éstas, por ejemplo… —prosiguió Mariana— Le pregunté a Luis Pedro si las encontraba hermosas y en vez de responderme, empezó a hablar de un escritor japonés quien sólo admiraba a las flores vivas, no a las que yacen moribundas en un florero. Y todas cortadas.
Se produjo un silencio sin inquietudes. Una pausa necesaria y dulce para las dos.
—Mariana —murmuró Alicia—, a primera vista, tus preguntas resultan ingenuas, pero no lo son. Uno siempre trata de contestarte algo original o que te sorprenda. Además, Luis Pedro es filósofo y prefiere responder con base a lo que ha leído.
Un chispazo letal consumió una de las velas. El pabilo se encorvó hasta sumergirse en la cera y su humo ascendió igual a un alma desprendida que desaparece por la nada.
—Es mejor que levantemos todo antes de dormir —añadió Alicia tras dar el primer bostezo—. Así mañana cuando despiertes encontrarás todo como debe ser.
Pero Mariana había cerrado los ojos. Algo la llamaba y, sedada de frío, ella obedecía; Se fue sin avisar, con la mirada hacia adentro y los párpados quietos, a oscuras. Ya no tomó en cuenta el cenicero de la mesita que, saturado de colillas, daba un aspecto vergonzoso y lleno de promiscuidad.
Alicia se recostó junto a su protectora, no sin antes mirar la hora y resolver marcharse en cuanto abrieran las puertas del metro. Con la madrugada vino un estremecimiento que la despertó. Instintivamente, extrajo del clóset de la habitación una manta larga y muy fina con que cubrió a su amiga sin mirarla. El cuerpo no despertó al contacto de ese cobijo que le era ya lejano, indiferente.
Para las seis de la mañana, ningún coro de pájaros vino al encuentro de Alicia, quien de puntitas buscó una pluma y un papel sobre el que escribió:
Mariana,
No puedo comenzar a explicar lo agradecida que estoy por todo el apoyo que me has brindado en este recital y, más concretamente, a mí. Hice lo que pude por regresar todo a su lugar. Me faltó trapear la cocina.
Agradezco al caos por habernos reunido en este mundo de odio.
Te quiere,
Alicia.
Antes de tomar su violín para marcharse, Alicia recorrió con los ojos al bello ser junto al que había dormido. La sábana de lino sobre aquel pecho inmóvil será una imagen inolvidable en la memoria de la pequeña Alicia.
Yo veo a Mariana durante horas y lo confirmo, me gusta cómo es. Me ha gustado siempre. Hoy más todavía. Sus uñas sobre el terciopelo del sofá, estáticas y leves, me llaman a besarle la mano. Ahora las pestañas inmóviles le coronan el rostro con una paz tan verdadera como artificial, así como ella.
Abraham Téllez España (México, 1985).
Su interés por escribir surgió en las clases de literatura del CCH, impartidas por la maestra Beatriz Sánchez Monsiváis.
Al concluir la preparatoria ingresó al Diplomado en Creación Literaria (2005-2007) de la Escuela de Escritores de la SOGEM. Este fue un periodo definitivo en su formación como escritor.
Su primer cuento publicado, a los 21 años de edad, fue “Día febriado”, parte de la antología Casi un día de cuentos, de la Generación 38 de alumnos egresados de Sogem.
Abraham Téllez España es licenciado en Literatura Latinoamericana por la Universidad Iberoamericana. Ha complementado su búsqueda como creador con diversos diplomados y cursos del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC) y de la Cineteca Nacional.
Su primer libro de cuentos, Los Zurcidos Invisibles, se publicó en un ejemplar dual junto con Por si no lo sabías, obra poética de su amiga y mentora Ana Segovia Camelo, bajo el sello independiente Lunaria Ediciones.
Actualmente vive en la Ciudad de México. De 2017 a la fecha ha formado parte de diferentes coros y ensambles corales de la Ciudad de México y Cuernavaca.