MALA SUERTE
Es inevitable que termine otro año y uno piense en los motivos que tiene para sentirse agradecida.
Pensar, por ejemplo, que hoy no estaría feliz de la vida viviendo en León con mi esposo si… Si hace ya cuatro años y medio no me hubiera quedado sin la chamba en que mejor me han pagado. Tuve suerte de que la persona con que trabajaba ahí no haya querido tener nada serio.
Y, por supuesto, suerte de que el novio con quien perdí mi tiempo entonces resultase peor de lo que yo recordaba. Justo un día después de que terminé esos tres años de tortura, zas: aparece en mi bandeja de comentarios de blog un mensajito de ese profe de secundaria invitándome a conocer esta hermosa ciudad.
Nada más de pensar que si yo hubiera seguido en mi superchamba.
Si mi ex hubiese sido una fina persona, si el otro intento de galán se hubiera dado color… ¡Ah!, y si \”el amor de mi vida\” de la adolescencia no se hubiera casado sin avisar.
Dicen que por algo pasan las cosas, y esos golpes de aparente mala suerte me hicieron llegar al lugar donde hoy vivo feliz y tranquila, donde las cosas que antes me obsesionaban han pasado a último plano.
Yendo un poco más atrás.
No deja de causarme gracia esa otra persona que me escribió no recuerdo cuándo para felicitarme \”por mi nuevo trabajo\”, pero que por supuesto no ha dicho nada con respecto a que ahora seré mamá con alguien que no es él. Ja, ja ja.
Recuerdo bien aquella vez que íbamos con otro compañero, y dijo su primera frase célebre sin la menor pena:
-Es que me urge embarazarte, nena.
…y yo de seee, ajá, deja voy comprando los pañales de una vez, ¿no?
Quién sabe cuánto tiempo después de eso me salió con su segunda frase jocosa, acompañada de su clásica risa molesta:
-Yo nunca dije que iba a casarme contigo, nena.
¡Uy! ¡Pero qué mala suerte que un alcohólico me rechazara! Ahora que lo pienso con detenimiento y viendo cómo ha resultado mi vida, sólo puedo pensar en decirle:
¡GRACIAS!!!
En serio: gracias por tus citas citables, te agradezco tanto que me hayas dejado en claro tus intenciones a tiempo. ¿Qué habría sido de mí si sólo hubiese escuchado la primera frase y estuviera ahora con un chamaco de nueve o diez años?
¡NOOO!!!
A principios de este 2014 me contactó por correo este señor luego de casi seis años sin -gracias a Dios- saber nada de él.
De buenas a primeras me mandó un mensaje larguísimo sobre \”el 19 de marzo\” de yo no sé qué año, en que no sé qué haya pasado porque no dijo de qué iba el asunto, sólo que cada 19 de marzo recuerda eso así como guau. MHHH, mil veces peor que esas cartas llorosas \”que nunca le daré\” que escribía en mis insomnios, pero yo tenía apenas quince años de edad.
Guardé ese correo para reírme y seguirme riendo hasta que me aburrió y lo borré.
Gracias a Dios los avances de la ciencia me han hecho olvidar la mayor parte de las estupideces que he vivido, y más que un 19 de marzo recuerdo un 20 ó 21 en que recibí una llamada de cierto pelón vigoréxico que me costó un automóvil nuevecito:
Que se iba a suicidar y casi casi que fuera a rescatarlo, y ahí fui sólo para ver que él estaba en una fiesta en la cual, por supuesto, me quedé un rato. Una de tantas historias sin importancia que con gusto contaría completas si no me dieran tantísima hueva.
Luego de eso, nada: por fortuna hoy puedo agradecer por las personas que están conmigo, pero sobre todo por las que se alejaron. Agradezco por mi mamá que no se la acaba por la pequeña Aranza, y por mi abuela que ha ido recuperando la salud.
En estos veinte años hubo al menos un ser en el universo que sigue aquí, de forma intermitente y a medias, pero bastan una o dos líneas para que aparezca y me regale una dosis de alegría.
Y ya: el bebé que patea mi panza, y mi esposo. No necesito más.