Aún no estaba consciente de tu existencia, y yo ya andaba de cursi.
Tenías menos de una semana adentro de mí cuando sentí el impulso de comprar un estuche morado con cositas de Winnie Pooh para bebé: jaboncito de lavanda, shampoo no más lágrimas,
crema corporal y toallitas. Como si en serio en serio necesitara un estuche morado de plástico que costó como ochenta pesos… Al llegar a casa de la farmacia, lo primero que hice fue colocar el jaboncito y el minishampoo y demás chunches en un estante donde tengo muñequitos y mi colección de cochinos de barro.
Poco después fui con tu papá a una dizque \”kermesse\” en el parque local. Me atasqué de paletas heladas de fresa que sabían a horchata, y luego participamos por diez pesotes en una \”tómbola\”: de cien posibles regalos, tuve que sacar nada más y nada menos que una cruz de madera pintada de rosa, que encima tiene una angelita hecha de migajón. ¿Un adorno de bautizo de niña? Al llegar a casa del dizque parque, colgué la cruz en la puerta de nuestra habitación.
¿Acaso fue una señal de que serás una Aranza?
Y yo, ni idea…
No recuerdo si hubo más cursilerías por el estilo, porque de un día para otro me salió panza (ah, caray) y me puse a hacer abdominales.
Y un barro. Me salió un gigantesco barrito en la barbilla. Por más que me puse el \”perfeccionador de imperfecciones\” en gel. ¡Pero si jamás he tenido problemas de acné!
¿Qué es lo que sucede conmigo?
Entonces vino el hambre nocturna. Cada noche, al salir de la chamba, teníamos que ir a visitar una taquería y comer sin remordimiento cabeza, chorizo, chorizo con frijoles, chorizo con papa…
¿Pero qué me pasaaa???