6 de octubre de 2007, México DF.
Todo iba bien.
No sé por qué, pero todo estaba bien. Realmente bien.
De pronto mi mundo era perfecto,
tan perfecto que tampoco yo pude creerlo.
Y no debía creerlo, porque mis fantasías nunca sobreviven al amanecer.
Entonces apareciste tú.
Tú. Con esos ojos que arrancaste a uno de tus tantos demonios.
Tú, con mis delirios de artista y tu inagotable sonrisa de lujuria.
Sólo tú podías hacerme confiar de nuevo.
Y caí.
Simplemente caí. En mis errores de siempre. En promesas sin principio y tantos adioses sin fin.
Y caí en ti una, otra, otra vez.
Me esperabas cerca del acantilado pero no hiciste nada por detenerme. No sé si fue la inercia o si tú me arrojaste, pero rodé hacia ti y me desmoroné como arena en tus brazos.
Nada era importante si no se trataba de ti. Todo lo que no fueses tú valía mucho menos que madres.
Contigo regresaron mis monstruos, los patrones autodestructivos que habían desaparecido hasta que tú llegaste. Entraste a mi vida así, sin más, de la misma manera en que de pronto te fuiste.
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span style=\"font-size: large;\">Lo comprendo: yo tampoco puedo vivir conmigo, pero al menos lo intento.
Creía estar bien contigo, pero ahora resulta que estoy mal con todo.
Me abandonas porque siempre habías estado sin mí, y yo ya no puedo dejar de seguirte…