El peor año: 2022
El consenso general es que el año 2020 fue el peor año.
Yo digo que no. El peor año de todos, hasta ahora, es el actual. 2022.
En 2020, debido a la inesperada aparición del estúpido coronavirus Covid-19, fallecieron cantidad de personas a nivel mundial.
La OMS por fin se dio el lujo de declarar una pandemia, misma estrategia que intentó fallidamente luego de la aparición de la influenza AH1-N1 por allá de 2008. En lo personal sí conocí gente con dicha influenza que relata historias de horror, pero sigue aquí.
2020 fue el caos total. Sin vacunas, mandato de encerrarnos durante al menos dos semanas (que fueron 3 meses) en casa, aunque uno tenga que salir por leche y tortillas, etc.
Y luego comenzaron las muertes.
Me enteré del fallecimiento de Omar Mariscal Rodríguez por un grupo de WhatsApp. No conviví con él excepto una vez que (creo) fuimos al cine (yo de chaperona) a ver Sexo, pudor y lágrimas.
Se perdió el contacto porque él era de los populares, “parte fundamental de nuestra generación”, mientras yo era no de las impopulares sino de lo que le siga p’abajo. Fue triste saber de la muerte de alguien con quien conviví, no mucho debido a las circunstancias, pero sí que fuera de mi edad y que dejó hijos.
Creo que después fue Eleuterio García. Tengo medio borrada la secuencia de los hechos de aquel entonces. Tenía poco de haberme contactado, fue uno de mis amigos en uno de mis primeros despachos de seguros. La pasamos bien, cotorreando, yendo al billar con toda la banda. De mis mejores épocas.
Me contactó, intercambiamos un par de palabras, y luego me enteré por mi mamá, que había retomado también contacto laboral, que se fue dejando un hijo. Creo que era un año más chico que yo.
Y los tíos políticos.
Como no tuve padre, porque el sujeto estuvo ocupado, mi familia paterna fueron los Montalvo. Mi tía Tere se casó con Miguel. Y estuve en innumerables ocasiones en las fiestas de los Montalvo, quienes siempre me trataron de lo mejor.
No recuerdo si primero fue el tío Gil, hermano de mi tío Miguel. Hasta aquí no había vacunas, ni para Omar ni para Eleuterio, ni para la familia de mi tío. Gil falleció luego de un mes “sin cuidarse” una pulmonía, y eso de “cuidarse” entre comillas porque uno tiene que trabajar.
Fue algo muy triste porque lo internaron en no sé qué “hospital boutique”, y definitivamente lo tuvieron vivo con nuevos tratamientos de los cuales mi prima Alexa nos iba contando. Cada día hospitalizado eran al menos cien mil pesos a la cuenta. Falleció mi tío Gil, la deuda quedó en cinco millones de pesos, y no supe más.
El peor año… ¿Casualidad?
Y luego mi tío Lalo Resillas, también por covid antes de las vacunas. Aquí fue que un día antes de su fallecimiento, y del de Gil, me senté a pintar cosas horribles con acuarelas, y días después llegó la mala noticia. No he vuelto a tocar pinturas.
Además, no recuerdo si sobre Gil o Lalo, pero le dije a mi mamá que iba a morir. Y así fue.
¡Y llegaron las vacunas!, diría la Peliteñida.
Todos con tres dosis, y todos felices. Mi hija con una dosis por ser pequeña, y el gobierno nos hizo el favor de vacunarla con una organización de la mierda. Sospecho que me contagié en la vacuna de mi hija, en mi vida vi tanta gente hacinada.
Llegó mi mamá con mi abuela a vivir a León. La intención era ayudarlas, ya que ella no puede atenderla sola. Duró un mes aquí. Vi claramente las señales de que ya se iba (dormir mucho, no comer, etc), amén que las cartas me dijeron que pasaría luego del cumpleaños de Aranza. Pasó luego del cumpleaños de la mejor amiga de Aranza.
Vino un médico internista que Dios lo perdone. Dijo que ya estaba terminal, que no la hospitarizáramos, etc. Jamás se le ocurrió descartarle covid. Mi abuela se quedó dormida un jueves, el viernes vino el farsante este, sábado mi esposo e hija se fueron a la fiesta de Sofi, y mi mamá y yo no hicimos más que estar ahí, leyendo textos de Allan Kardec sobre el desprendimiento del alma del cuerpo físico, y oraciones. Se la llevaron el lunes, todavía dormida, con baja oxigenación. En el hospital nos dijeron que era covid. Pasó su última semana aislada y dormida.
El lunes 25 de julio.
El Hospital Regional 58 llama a mi mamá, que fuéramos por unos informes. El informe era que mi abuela falleció a eso de las 10 de la mañana. Y una mierda: prefiero que me digan por teléfono que mi familiar ya falleció, a llegar corriendo con falsas esperanzas (primero nos dijeron que estaba estable y que ya la darían de alta, pero ahora vemos que estas mentiras son parte de protocolo).
Hablarle a la funeraria, papeles, trámites. Lo más terrible fue cuando reconocí el cuerpo y toqué brevemente su lunar izquierdo, la piel helada, su carita congelada. La carroza se la llevó directo a cremación.
El viernes 29 de julio, 4 días después del fallecimiento de mi abuela, se fue mi tío Rafa. Fue parte fundamental de mi infancia. Era el esposo de mi tía Chivis, la sobrina favorita de mi abuela.
Tengo muy borrado el casete de lo que ha sucedido en este último mes.
Pero la mamá de mi esposo falleció el lunes 8 o martes 9 de agosto. Y mi tía Miriam un par de días después.
Creo que ya ni siquiera fueron 4 fallecimientos en la familia durante 19 días. Creo que fueron 16 días o así. Seguramente conté mal todo. No sé ni en qué día estoy. Pero a ver quién tiene las agallas para decir que este no fue el peor año siendo que tuve 4 fallecimientos cercanos, que recién falleció el papá de mi amiga Mariné, y que ya no supe quién más falleció del círculo de mi mamá.
Termino este artículo con ninguna recomendación de ni madres. Cuidarse, quererse, aprovechar el tiempo… Bla bla bla. Sigo buscando un motivo para que haya habido cuatro fallecimientos en tan poco tiempo. Si las casualidades existieran, entonces la magia y la ciencia no servirían de absolutamente nada.
¿Cómo pudo ser malo el año 2020, inicio del covid-19, cuando todavía no había vacunas? ¿Cómo pudo ser “peor” que 2022, cuando todos teníamos nuestras vacunas en regla? ¿Los muertos son un parámetro confiable?