¿CUENTOS INFANTILES CORTOS?
NO LO CREO…
Sigues fantaseando con imposible ausencia. Solo un masoquista entiende el placer de un último dolor, uno dulce del que no te arrepientas. Una molestia pasajera trastocada en alivio al eliminar tu inefable parlamento de la biografía de los demás.
Son los otros quienes sí brillan, quienes son protagonistas.
Has pasado temporadas inventando pretextos. Tus personajes desaparecen a cuentagotas, se desvanecen, se esfuman línea a línea. A veces haces acto de presencia; el resto de las funciones tú misma te has ido borrando del imaginario colectivo, de la farándula, de las marquesinas. Contados los otrora entusiastas que aún evocan tu seudónimo artístico, tu notoriedad intranquila… y seguramente son aquellos que, si se los permitieras, con gusto te escupirían cuánto, cuánto aborrecieron tu actuación. La indiferencia es lo de menos: los fracasos se cobran y la melancolía se ignora mucho antes de que un aprendiz en potencia decida interpretarte un maldito día cualquiera, aparecer en un escenario árido imitándote en un sala sombría y poblada de sonrisas estúpidas.
Fue culpa de una cincuentona engañada y de un bailarín canceroso el haberte dormido sin un epitafio, rodeada de velas apagadas y de colegas que nunca te trataron como merecías y que sólo en tu imaginación se preguntan cómo pudiste, oh, tú que lo tenías todo físicamente hablando y lo desperdiciaste, tú que asesinabas con gusto cada intervención que te correspondía y que echaste por la borda la obligación de aprovechar el talento otorgado por una fuerza que Nietzsche mató.
O culpa de los ángeles de Rius, fue tu inexistente protección divina que no te advirtió de no hacer caso a una canción que aún recauda millones en regalías.
Fue apenas una tira de tabletas de uso diario, que hoy se encuentran en casi cualquier botiquín casero y que en aquel lejano entonces tenían cierta sustancia que ahora haría tus delicias.
Fue culpa de quién… de quién no…
Y ese beso de buenas noches que debió velar a diario tu sueño, que debió leerte cuentos infantiles cortos, cortísimos, de un lobo tierno que fue asesinado por Cenicienta se acabó, que debió cobijarte y protegerte de ese otro besito infantil e inocente que hoy mandaría a la cárcel a un muerto, a una hiena que nació cadáver y que en aquel entonces se arrastraba por los rincones en busca de Barbies para contagiarles en voz baja, tan baja, su interna y dilatable putrefacción.
No más cuentos infantiles cortos para ti, ni cuentos infantiles largos, interminables, eternos…
Ya casi es hora de bajar el telón. Despídete luego de agradecer los aplausos y los abucheos.
Imagen: Barbiecitas.