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Ahorros

Ahorros

Jéssica de la Portilla Montaño.

 
Desperté y no estabas. Te llevaste tu ropa, mis joyas, hasta el pinche Nintendo nomás por joder. Y a mis gatos que tanto odias. Falsificaste mi firma para vaciar los pocos ahorros de nuestras cuentas.
Nunca contestaron en casa de mis suegros, ni los queridos compadres, los amigos de cada peda, nadie. Me quedé total y absolutamente sola.
Te escribo este correo desde España. La verdad es que la estoy pasando pocamadre. Guardé cada dólar que gané a escondidas enseñando las nalgas ante mi webcam para cuando al fin decidiera botarte con tus sueños de artista.
Moveré cielo, mar y tierra hasta matarte, infeliz. Mientras regresan a mis brazos adopté dos gatitos llamados Queso y Chambourcy. Tu huevonada y tus golpes puedes metértelos por ya sabes dónde, si caben.

Mala influencia

Mala influencia (ghosting)

Mala influencia
Jésica de la Portilla Montaño.

 

\”Veo que va a tener una tragedia muy fuerte ahora en el mes de diciembre o a principios de enero […] Es muy raro que el Ángel de la Muerte descienda en un momento tan crucial\”.

Mhoni Vidente sobre la toma de protesta de Andrés Manuel López Obrador del 1 de diciembre de 2018. El 24 de diciembre del mismo año se desplomó el helicóptero donde viajaban los ahora fallecidos Martha Érika Alonso Hidalgo, gobernadora del Estado de Puebla, y su esposo el ex gobernador Rafael Moreno Valle.

 

El final comenzó en una foto con su nueva amiga. Su gran amiga, tan de la nada y de pronto, una perfecta desconocida de piernas apetitosas con ropa bonita. La talentosa en potencia, la minúscula usurpadora de costillas comestibles se convirtió en un único, repentino y repetitivo tema.
–Fuimos a tal lado e hicimos esto (pero tú no estuviste básicamente porque no te invitamos). Nos divertimos tanto. Ayer nos vimos a la misma hora, la que antes era tu hora. Mañana nos veremos de nuevo.
La misma fotografía se repitió en escenarios distintos. La guapa estrellita en ciernes con mi otrora alma gemela, mi mala influencia de un rato, detrás y a la sombra de una advenediza difusa entre flashes de selfies que presumen o que presumían su fabulosa relación.
Aquí nadie se \”robó\” a la otra persona. Quien quiere estar contigo lo hace, te busca, te hace sentir importante porque lo eres. Quien quiere estar con alguien más se larga, deja de platicarte sus esperanzas y sus frustraciones porque ahora ya no eres nada.
Nadie te quita lo que es tuyo. Pero nadie es tuyo porque ni siquiera te pertenece. No somos propiedades de un juego de Turista Mundial o de Monopolio.

Pero soy Tauro y me aferro, me aferro por más que se porten culeros y entre más me ignoren…

Así fue como un comentario casual de \”conocí a alguien\” terminó por desplazarme de su corazón de zombi. Mi mala influencia se consiguió su propia mala influencia: una niña admirada de cuerpo endiablado, versión joven y bonita y Cuba muy libre; y para más inri, mucho más divertida, talentosa y delgada que yo.
Lloré un par de veces vestida de Emo, como antaño. De la incredulidad pasé al enojo, y de pronto odié no a la otra sino a mi ex persona que en la práctica me olvidó sin dejar de hablarme completamente, sin borrarme ni bloquear de mi acoso sus perfiles felices. Odié, y tal vez sigo odiando desde mi clóset lleno de cadáveres, a ese pretencioso ser que me abandonó en tanta fecha importante, dejando espacio suficiente para amores nuevos de personas influyentes.
Tampoco había notado lo mal que mi mala influencia le cae a mis buenos entes. Soy patrona de causas desesperadas y difíciles, de esas tontas que defienden justo lo que no se debe. En específico dos me advirtieron que cometería mi error de siempre, y yo dije que no mientras elegía la caja de cerillos para encender la mecha, confiada en que por arte de magia esta vez podría controlar mi eterna autodestrucción.
Yo tampoco fui tan inocente. Soy mujer y como tal siento envidia, y es verdad que consolar a mi mala influencia me hacía poderosa. Me gustaba más que fuera miserable, ser su única cloaca donde hallar más reposo que en un salmo pastoral. Era excelso escuchar el llanto de sus depresiones, cuando huía y no era más que una rata asustadiza a la que nadie acariciaba, nadie más que mis huesudas manos.
Yo también fui su mala influencia. Por eso al final se van todos. Y también por eso es que todos regresan. Me invitan de nuevo a sus fiestas felices, pero les digo que no porque prefiero revolcarme a solas en mi propia mierda.

El hubiera no existe

El hubiera no existe

El hubiera no existe

El hubiera no existe, gracias a Dios.
El último par de semanas he estado soñando con gente invisible. Invisible porque está viva, en el mejor de los casos. Pero que no es ni remotamente parte de mi acontecer. De mi acontecer diario, o de cada tercer día, semanal, quincenal, yo qué sé.
He soñado, por ejemplo,  a la persona que se sentía Yolanda Andrade y balconeó sin remordimiento a su \”enamorado(a)\” Verónica Castro. No sé si llegó a enterarse de que se le volteó la tortilla, por así decirlo, pues a los amigos comunes les parecía más probable que la Yolanda fuera un(a) ardido(a) que omitió decir lo a gusto que la pasaba con sus relaciones de clóset.
Sueño también con los ojos viajeros, esos que me hacen valorar cuánto me gusta vivir en México. Según el zodiaco somos muy compatibles; según mi pasaporte fue lo contrario.
También desfila por mi pasarela subconsciente aquel sujeto que me introdujo en cuestiones \”delictivas\”, algunas de las cuales siguen anotadas en mi lista diaria de batalla.
Ayer soñé con una fresa que, como tantos, me aplicó la famosa técnica del ghosting.
Por suerte sueño poco con gente casi desconocida con la que comparto ninguna herencia y la mitad de mi hígado.
No tendrá más de una semana que reviví mis diecisiete años de edad. Pero con panza, con esa panza de nueve meses que sí experimenté diecisiete años después. Recuerdo poco de la trama onírica, pensión alimentaria y batalla de custodia incluida. Pero el hubiera no existe, y por fortuna no sucedió porque yo no permití.
Hay una persona con la que hablo poco, y casi nunca en mis cinco. Alguien de su familia me dijo esa frase hace muchos, muchísimos años, cuando intentaba terapiarme por teléfono fijo:

El hubiera no existe.

En todo este tiempo de intermitente conversación nunca volvimos a mencionar al bebé. Un bebé que no fue ni cigoto ni producto ni aborto.
Omito decir detalles, sobre todo sin que me paguen por ello. El hubiera no existe, y hoy podemos reír de estupideces de antaño. Nos libramos de la prueba, del ácido y del seguimiento. Nos libramos de experimentar otro infierno juntos.
También evitamos pedir informes, el acta, abogados por navidades.
Mirando en retrospectiva, si de algo estoy convencida es de que el destino sí existe. Y mi destino fue otro. Espero que lo sea también en mi reencarnación siguiente.
Está por demás pensar cómo habría sido mi mundo porque no estaría aquí mi hija tal y como la conozco.
Antes permanecí atada a millones de recuerdos obsesivos por gusto. Hoy solo quedan pensamientos rancios que tal vez sea justo y necesario quemar. Antes de destruirlos, me gustaría leerme una sola vez más para repudiar esa juventud de la cual nada disfruté.
Y después a chingar a su madre, como todo el resto.
Si has sido feliz en verdad me alegra, pues yo también lo soy y lo seguiré siendo.

Cardiaco

Postcardia

Cardiaco.

Jéssica de la Portilla Montaño.

Postcardia.

No sé si la semana pasada tuve dolor cardiaco por el insomnio, porque mi depresión de antaño empequeñeció el músculo, o porque en serio me iba a dar un infarto.
Si muero pronto espero que me recuerden con cariño.
Si no, espero que me sigan odiando hasta que llegue el momento de llorarme un minuto.
Justo ahora siento el mismo dolor punzante, no al grado de no querer dormir por creer que ya no despertaré, que mis ojos no se abrirán más si los cierro para descansar. Y justo ahora que me siento una pequeña fastidiosa.
En aquella clase de Mario González Suárez hablaban de una de tantas novelas que ni leí, una que era sobre seres inmortales. El grupo entero de la generación 38 de Sogem llegó a la conclusión de que si tuvieran la gran dicha de vivir para siempre ocuparían esa infinidad de tiempo en viajar y conocer el planeta.
Oh, ¡qué divertido conocer el planeta! Vámonos corriendo a Pakistán, a Kenya, a Líbano, a donde sea que nos explote un carro-bomba o a donde un niño sea obligado a cargar un chaleco con TNT.
Yo había llegado a la conclusión, de la que medio salón se rió (raro, raro), de que prefería morir antes y ser \”una leyenda\”. Ja, ja y ja. Dicen que los buenos mueren jóvenes, y supongo que ese adjetivo ya no me queda. Ninguna de esas dos palabritas babosas.
No sé si por eso me duele también el pecho, como si lo tuviera congestionado aunque no es así. Igual por eso hay rastros de sangre en mi nariz, aunque tal vez sea una hemorragia cerebral no tratada.
Nada más he buscado síntomas de influenza AH1N1 a ver si no es eso pero no, he tenido unos cuantos delirios pero sin fiebre.
Tal vez soy una de esas personas destinadas a ver la vida pasar. Tal vez veré morir a la gente a mi alrededor, estaré junto a ellos petrificada y sin saber qué hacer cuando les ataque un dolor cardiaco lacerante, cuando sufran accidentes, cuando haya que ir corriendo al hospital para salvar una vida que no es la mía y que por ende me importa aún menos.
Quisiera decir que no es más que literatura barata o un simbolismo idiota eso de que me duele el corazón. Pues no. Siento un vacío médico que ignoraré cuanto sea necesario.
Pero no me duele el brazo, al menos no como he visto en películas. Puedo sobrevivir con este dolor.
Al fin el corazón no es un órgano que se utilice a diario.

Un día inigualable

hot-cakes

UN DÍA INIGUALABLE
Jéssica de la Portilla Montaño.

 
Ya estamos en primavera. Este será un día inigualable y perfecto para recordarte, mi amor. Tendré una mañana a solas contigo… No te preocupes: tomé precauciones para que los niños despierten más tarde, cuando al fin me haya ido.
Conozco a la perfección tu rutina. Te levantarás antes de que amanezca para hacer el café y hot-cakes. Saldrás de la recámara preguntándote si ya regresé de correr, diario se hace tarde para llegar al trabajo. Te tallarás los ojos incrédulo cuando notes mi cuerpo colgado en el patio cual péndulo humano mientras los perros me huelen y chillan. Me extrañarán tanto… Tú nunca los has querido, y los niños prefieren los gatos.
Lo siento tanto por ellos, mis pobres perritos.

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