Certificado de educación:
Cuando el patrón exige documentos a la brevedad
Saga: “Escuela, ¿para qué?”, Héctor A. Ortega
La educación para adultos tiene un objetivo: Otorgar servicios de alfabetización, primaria y secundaria para adultos y jóvenes a partir de 15 años, quienes por diversas circunstancias no pudieron estudiar cuando debieron hacerlo y, en consecuencia, se encuentran en situación de rezago educativo. A menudo llegan a la escuela personas que dejaron de estudiar hace veinte, treinta o cuarenta años. Hombres y mujeres cuya vida se ha construido con trabajo arduo sin que esto les exigiera poseer una educación formal. Algunos apenas cursaron un año de primaria. Y los más afortunados llegaron a tercero de secundaria, sin que lograran obtener el certificado. Sin embargo, sus realidades los situaron en momentos en que la escuela quedó en una posición inferior y solo una necesidad los mueve a regresar a las aulas. Destaco que esa necesidad es siempre laboral. Son muy pocos, casi nulos, quienes lo hacen buscando redimirse de la ignorancia. Hace un tiempo una mujer se acercó a pedir apoyo para obtener el certificado de primaria. Se trataba de una señora mayor que, según me confió, es responsable de un nieto que cursa el bachillerato en la misma escuela donde trabajo. La señora necesitaba su certificado de primaria, o de lo contrario perdería su trabajo.Le expliqué que existía la posibilidad de obtener el certificado presentando un solo examen, pero eso tiene cierta complicación.
Es cosa de estudiar un par de meses antes de presentar la prueba, aclaré. “Pero yo nunca fui a la escuela, qué voy a saber para presentar ese examen. Además, necesito mi certificado a más tardar para el viernes; si no, me corren”. Le aclaré que mi trabajo consiste en apoyarla para que aprenda algo antes de presentar la prueba. Aunque, por otro lado, aun cuando hiciera el trámite de registro en ese instante, tanto la solicitud del examen, su presentación y (suponiendo que acreditara) la expedición del documento, llevan un proceso cuyos tiempos están definidos con precisión. Con evidente desánimo, la señora prometió regresar en un par de días a entregar sus documentos. Por supuesto, no lo hizo. Apenas al inicio del ciclo escolar me avisaron que un joven exigía hablar conmigo. “Necesito saber qué pide para terminar la primaria”, me dijo con decisión. Después de ofrecerle toda la información, me confió: “No sé leer ni escribir, pero necesito urgentemente el documento.” ¿Y para cuándo lo necesita?, pregunté. “Para mañana”. Ya he dicho que los años me han vuelto inmune a respuestas que, de tan increíbles, se tornan absurdas. Aclaro que no es la primera vez que una persona requiere el documento con tal premura. Con serenidad le hice saber que para mí es imposible hacer en veinticuatro horas lo que la gente no ha hecho en años. Además, enfaticé: ¿Cómo pretende que le ayude a tener un certificado si usted mismo me dice que no sabe leer y escribir? Luego de pensarlo me hizo saber que ya había estado en un círculo de estudios de INEA, pero nunca logró aprender. Le propuse revisar su situación académica. Tal vez pueda ayudarlo, pensé.El avance académico arrojó que el hombre certificó la primaria en el año 2010.
No se lo dije, pero a cambio le indiqué que debía acudir directamente a la Coordinación de Zona del INEA y solicitar que revisaran su avance académico. “Hágales saber que necesita su documento de manera urgente, pero a quien lo atienda, aclárele que también le urge aprender a leer y a escribir. Dependiendo de lo que le digan regresa conmigo”. Casos como los anteriores se repiten a menudo. La necesidad lleva a las personas a buscar en las escuelas un documento, no así una oportunidad educativa. Eso es lo de menos en un ámbito laboral donde se exigen certificaciones sin importar los conocimientos.El joven regresó días después para decirme que le iban a tramitar su certificado, pero le hicieron saber que no podían enseñarle.
“Usted ya certificó, ¿qué podemos hacer?”. Le propuse que viniera a la escuela si así lo deseaba. Aceptó, pero hasta hoy no ha venido. Recordé a la señora que también requería el certificado y, tras una breve investigación, pude encontrar a su nieto. Le pregunté qué había pasado con su abuela: “Le ayudaron a sacar el certificado en otra escuela, pero le tuvo que dar para su refresco a la chava que le ayudó. Le salió en quinientos pesos”. Me resigné a pensar que lo que la gente no ha querido o no ha podido hacer en tantos años, hay quien se lo puede hacer por unos cuantos pesos, aunque no tan rápido. Yo no. Así que puedo seguir tranquilo sin aprovecharme de las necesidades ajenas.Si te interesa estudiar o acreditar tus estudios y vives en la Ciudad de México o en el Estado de México, ponte en contacto con el autor Héctor A. Ortega al correo: profesorhector_ao@hotmail.com]]>