Política y cosas peores: Fox, Martita, Moreira

Política y cosas peores: Fox, Martita, Moreira

En educación, el ejemplo arrastra más que las palabras…
Revisemos el ejemplo que durante los últimos años han dado nuestras autoridades en política a la sociedad mexicana para exhortarnos a ser mejores mexicanos y apretarnos un poquito más el cinturón:
1.- El ex presidente Vicente Fox Quesada es buen ejemplo, el mejor ejemplo entre cientos, de la contradicción  honestidad – transparencia  y corrupción – enriquecimiento ilícito. Dijo ser el presidente del cambio, y lo fue: cambió el poder del PRI al PAN; pero las prácticas de corrupción fueron las mismas, añadiendo que es un cínico e inculto ranchero, vean por qué.
http://www.voltairenet.org/Las-mentiras-de-Fox
2.- La esposa del ex presidente arriba mencionado, Marta Sahagún, es otro ejemplo de honestidad y rectitud, mujer de valores cívicos y familiares comprobados: se casó y se divorció para luego volverse a casar pero \”ahora bien\”, con el beneplácito de la Iglesia católica; apoyó en sus iniciativas y empresas a sus hijos, acusados \”injustamente\” de enriquecimiento ilícito; posee un gran sentido de humildad probada por el Vaticano y hasta se da el lujo de comprar toallas de más de cinco mil pesos; es una mujer insufrible y aburrida para casarse  con un ranchero y luego con otro.
 

3.- Ejemplo de ahorro son sin duda los hijo de Marta Sahagún.

Sus hijos le salieron buenos para los negocios: acusados de enriquecimiento ilícito, ni ellos saben explicar de dónde han sacado tanto haber en su economía. Los defiende su mamá, que para eso tienen madre …

Cuentos infantiles: Cenicienta casi

Abraham Téllez España presenta uno de sus cuentos infantiles: Cenicienta casi

En exclusiva para AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil.

Ilustración: abtuno.

TodoMePasa.com


Para Inés de Tavira

  Entonces tenía siete años. Mi cuerpo era el de un bebé agigantado. Con esos brazos regordetes y las piernas esponjosas y saltarinas, habría sido justo ser llamada querubín. Tenía mi misma cara que a los tres, que a los cinco. Distraída. Salvo dos hoyuelos en la mejilla izquierda, ninguna otra belleza. Siempre simple. Es cierto que a los siete el cuerpo y el pelo habían mutado de su forma original, pero poseían el mismo tono ámbar, el mismo olor mío de siempre, dulzón. Siete años era la medida para calcular el “siempre” y entenderlo casi. –Siempre estás de floja –alguien me dijo una vez, varias. ¿Siempre? No notaba el cambio en mí sino en todo lo que ya no me venía, en lo que me quedaba de pronto tan pequeño. Así podía comprender la lógica del antes y nunca la del siempre. El antes estaba ahí, en lo que dejaba de ser para transformarme en algo ajeno. Monstruosa. –Antes eras muy buena niña, ¿qué te ha pasado? –notó una vez mi Miss favorita. Tirar los primeros dientes, saborear mis encías chimuelas y, empezar a ver mi frente en el espejo del baño al peinarme, eso era crecer. El crecimiento me revelaba el misterio del antes como un aire irrecuperable. –¡Qué bárbara! ¡Ya estás enorme! Y dolía saberlo. Aún a los siete creía ser idéntica a una princesa de ensueño. Hay otras niñas como Ana Paula, la hermana grande de Marifer. A ella su padre le prometió que era una princesa; sí, pero montada en un dragón lanzando saetas. Una guerrera. Era su destino convertirse en una mujer brillante. A ojos vistas era una criatura destacada y, a pesar de todo esto, se distanciaba de los halagos con abismos superiores. Sola, completamente entera, prefería admirar la rebelión de las hormigas antes que entablar palabra o jugar con las demás. Todo mundo, dentro y fuera del colegio, atendía su belleza, llenando a “Ana Pau” de privilegios perennes. Yo en casa me hacía la Cenicienta cada tarde y, sin barrer, jugaba en los rincones con la escoba. Me untaba de tierra las mejillas. Deseando ser pobre, creí en un sendero donde la dicha recompensaba al final el sacrificio de las criadas. –Tengan cuidado con esta niña, la imaginación es como la loca de la casa. Hagan que repase las tablas, que aprenda a escribir con corrección– sugirió la madre Leonor a mis padres. Pero en nada podían ser dañinas mis fantasías infantiles y, por el contrario, mi padre veía en mí los dotes de actriz con que triunfó la tía Margarita. Me dejaba jugar a mi antojo; sola, libre, desbordada. El baile del gran palacio ocurría en la sala. Muchas veces gocé actuar el momento en que se me desprendía la zapatilla de cristal. Al perderla, salía ofuscada al jardín, dejando caer el íntimo recuerdo que de mí tendría más tarde mi imaginado príncipe azul. –Adiós, príncipe. ¡Son las doce! ¡Me voy! Y miraba mi pantufla con falsa indecisión antes de huir apurada. [caption id=\"attachment_625\" align=\"aligncenter\" width=\"750\"]\"Cuentos Cuentos infantiles: Cenicienta casi, de Abraham Téllez España (Sogem).[/caption] De entre todos los juegos, la Cenicienta era el que más sonora volvía mi voz, el que daba a mi mirada cierta inocencia azul; sólo pensando en ser Cenicienta podía actuar con el cuerpo vivaracho y encendido. Jugar a la hermosura para crearme y creerme mi ficción personal. –¿Cómo está mi niña, la más guapa? –me decía papá elevándome a una fantástica y, sin embargo, simple mentira. La tarde que Marifer y Ana Paula vinieron juntas a la casa tragué fríos hasta antes ocultos. Fue la única vez que Marifer vino con “su-hermana-la-guapa”. Ana Paula y sus  labios pequeños de redonda florecita. Ana Paula y sus ojos verde imperial. Ana Paula, su pelo rubio, también verdoso bajo el rayo del sol. Ana Paula tres años mayor, tres veces más. ¡Ana Paula fue mi invitada más honorable hasta entonces! Cuánta dicha me causó verla comer; sabría siempre que ésa fue la silla que escogió para sentarse a la mesa y que, aquel vaso con estrellas fue detenido por sus pulcras manitas. ¿Cómo haría para nunca ensuciarse los dedos o la palma con la tinta? Cuando fuimos a la nevería, Ana Paula pidió un helado de mango y así fue como empecé a tener mi propio postre favorito. A partir de entonces pedí helado de mango durante años. Al regresar a la casa aquella tarde, nos encontramos con el coche de su madre bajo la luz de un farol que acababa de prenderse. La luz del farol, el coche inmóvil, fueron presagios que anunciaban el fin de esa alegría únicamente mía. ¡Cómo me habría gustado peinar a Ana Paula!, ¡verla dormir!, ¡ser Marifer! A las siete y diez nos terminamos el helado y Ana Paula se apartó callada encontrando asiento detrás del gran macetón. Se veía elegante en su aire de contemplarlo y saberlo todo. Una mujer. La sombra de la aralia salpicaba su piel de formas salvajes y en su mirada cupo la pupila de un animal salvaje cuando me erguí diciendo: –Y que yo era Cenicienta, ¿y que éste era el palacio? En cuanto lo dije, cierto hechizo opuesto al esperado, se apoderó de mí. El escalofrío cercano, la mala sorpresa que descompone los huesos de la espalda; algo dentro de mis oídos sonaba como un plato al quebrarse, como el agua que no es bien servida de la jarra y se derrama por todo el mantel, ensombreciendo y silenciando la realidad que rodea. Ésa era yo, de pie, con las mejillas irradiando el calor de mi vergüenza. Por donde se viera, un castigo llegaría. –Tú no puedes ser Cenicienta. ¿Verdad, Ana Pau? ¡Cenicienta es rubia! Y además es muy bonita –declaró Marifer sincera, con la despreocupación de una inocente. Ana Paula no dijo una palabra, pero su mirada despuntó un invisible viaje al escondite de mi cerebro donde estaba ella guardada junto con la intención mía de agradarla. Me halló ansiosa por escapar de mi notorio deshonor y, al verme tan fresco el sudor de la frente, me desvió la vista. Quise llorar por un dolor nuevo, recién conocido. Descubrí la burla disimulada en Marifer y algo de ese momento me redujo para siempre a un nuevo estado, el de la tonta. Yo había visto varias tontas en el salón. La tonta es casi semejante al papel que ocupa la fea, la gorda. A la tonta solo se le usa o se le ignora. Y, muy de vez en cuando, se le humilla. Es necesario el oído de la tonta que siempre sirve de contenedor para la voz de las bonitas o no tan bonitas, pero que tienen siempre algo que relatar. Un conflicto que amerita decirse, una aventura que cause envidia e intriga, o un pesar que desahogar, lo que sea pero que siempre debe ser dicho. –Mejor juguemos a “los ratones”, ¿no? –ordenó Marifer. Ana Paula buscó a su madre con un vistazo y luego reposó la frente sobre sus rodillas. Sin deseo real, obedecí a Marifer y nos volvimos de repente dos ratones teniendo aventuras entre la gente. Cualquier mayor podía ser esa gente mala que quería cazarnos, que no sabía que éramos dos ratoncitos de película. Y por eso nos gustaba asustar a los grandes con nuestras larguísimas colas y con nuestros feroces chillidos. –¡Miren nada más a estos ratones! –nos dijo la Tita al vernos entrar a su cocina. Luego vio mi cara quebrantada. –¿Qué tiene mi chiquita? –le oí decirse, casi para sí misma, encorvada frente a la estufa. Ana Paula se levantó con pesadumbre y, de pronto, su gesto divino se clavó en mi entrecejo. ¿Y ahora, qué? Su Misterio. Se acercó discreta al comedor. Nuestras madres fumaban y cuando la mía echó una miradita al reloj, Ana Paula se desplomó con el peso de una nube que cede su vida a la luz de una tarde perdida. Ése era el primer desmayo que contemplaba, el primer ritual en que vi una mujer inmolarse a sí misma para satisfacer a las otras. Con su desmayo, Ana Paula hizo un corte en el tiempo inmóvil y lo volvió repentinamente veloz, suyo en absoluto. –¡Dios mío! –gritó su madre poniéndose de pie. Y se lanzó junto a su cuerpo dorado, vibrante en el azul marino del uniforme que, desde el piso, no me pareció igual al mío. Un pesar se me colgó de los ojos, verla dolía como cuando se reprime una lágrima. Mi mamá corrió al baño a traer el alcohol y escuché susurrar con enojo un: “¡Ana Pau, hija!” Cuando mi madre volvió, me encontró tan pálida que pensó que iba a desmayarme también. Miré a Ana Paula. Me coloqué frente a esa reina de hielo adormecida y, desde sus párpados, quizá cerrados con sorna, me sentí observada con exactitud, leída como nunca antes, incitada a caer. La escuché suplicante; me habló con el timbre de una voz imaginada por mí, o por ella insinuada ella desde su silencio en el piso. Ahí empezó todo. Suave su voz, lenta melodía, sonaba alargando las palabras: “Hazlo, hazlo ya.” –¿Y si la beso para que… Mi madre apenas me dejó concluir. –¡No digas eso! ¿Qué van a pensar de ti? –repuso mientras destapaba el alcohol con el temblor de su nerviosismo. Entonces sólo yo pude ver a Ana Paula sonreírme levemente al tiempo que recobraba su expresión habitual. Pestañeó conteniendo las ganas de reír por mi absurda intención de rescatarla. Recuperó el color de sus mejillas: tramposa. Le tomó unos segundos de esfuerzo levantarse, para así dar mayor credibilidad a su malestar. Cuando se fueron mamá no me sirvió la cena, dejó de hablarme por tres días sin ceder a mis gestos lánguidos. Había en su mirada un discreto horror al verme, por eso prefería desviarme de su mirada,, como la hembra que ya no reconoce al miembro más inservible de su camada. No sabía que hubiera hecho algo para disgustarla así. Se habría dado cuenta de que yo no tenía la vocación de las otras para ser destacada. Todo siempre en el mutismo, mi madre sin voz, dejándome en lo que se calla porque de otra forma, ¿cómo se esconde? La última vez que jugué a la Cenicienta mi madre habló. Mientras me desplazaba en ese vals solitario, tomando el hombro de mi príncipe con delicia, ella caminó a la cocina y me dijo: –¿Con quién bailas, eh? Me detuve, enrojecida. La vi entrar a la cocina, sobre mi aliento contenido sentí los ruidos con que sacaba el hielo. Varios cubos golpearon contra el cristal, luego, el golpe de la puerta cerrando el refrigerador. Afuera no hice nada, enmudecí en la espera de verla salir otra vez. Llevaba su coca-cola burbujeante y negra, que encendía las formas del hielo, que escurría del vaso espumosa, humedeciéndole los dedos. Fue hacia arriba sin voltear a verme. No jugué a la Cenicienta en adelante y me lo propuse con el fin de una sola cosa: tenía que empezar a irme bien. Era momento de imitar, más bien, a la tía Luz, que era formal, tan seria en la escuela, tan respetada por los abuelos. Me inspiraría en ella escogiendo un punto falso adonde dirigir los ojos cuando no hay nada más que decir. Todo había cambiado con la suma de esas tardes, menos el gesto que me acompaña y define, ese temblar de los ojos distraídos, que se esfuerza para simular una calma aparente. Con nada volví a jugar a partir de esos días, ni con los cubiertos, los platos, la escoba, la tierra… ni con las mentiras. Era tiempo de crecer. Tanto me afecté por la entrada de Ana Paula a mi casa que no volví a saludarla más. Ella sí tenía la obligación de ser hermosa, por eso algunos niños más grandes se acercaban al portón de la escuela llamándola. La miré como ellos, pero oculta. Y los terribles días de escuela terminaron siempre a las tres de la tarde. Y la medianoche, límite impreciso de la fantasía que anticipa la vuelta a una realidad seca que, desprovista de sus doce campanadas, aparece con el día para cambiarlo todo.

\"Convocatoria

Abraham Téllez España es el tercer participante de AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil, con uno de sus cuentos infantiles: Cenicienta casi.

Abraham Téllez España (Ciudad de México, 1985). Egresado de la Generación 38 de la Escuela de Escritores de la Sogem. Licenciado en Literatura por la Universidad Iberoamericana (UIA). Complementó sus estudios con seminarios y diplomados impartidos por el Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC). Ha adaptado a guión cinematográfico los cuentos de Inés Arredondo \”La Sunamita\” y \”Orfandad\”; así como una adaptación libre e ilustrada de Madame Bovary, de Gustave Flaubert. El cuento aquí publicado en AntologArte de TodoMePasa.com forma parte de su primer libro de cuentos que se dará a conocer en 2017.]]>

Sistema educativo: México vs EU

Sistema educativo:

¿Qué tiene de diferente nuestro sistema educativo con el estadounidense?
Nuestra educación básica es de 12 años: tres de preescolar, seis de primaria y tres de secundaria; asimismo, nuestra Constitución Política en su artículo tercero aclara que la educación básica y la media superior son obligatorias, por lo que el cuerpo de educación general se cursa en 15 años.
La educación en los Estados Unidos se conforma de la siguiente manera: uno o dos años de pre-school (y no es obligatoria) corresponde a primero y segundo de preescolar en México; educación Elementary que se divide en Kindergarten de un año, que sería el tercero de preescolar en México, y cinco de primaria, es decir, de primer grado a quinto grado de primaria; Middle School, abarca los grados de sexto a octavo y corresponde más o menos a nuestra secundaria; y high school, que va del noveno al duodécimo grado. Freshman de 14 a 15 años de edad; sophomore de 15 a 16 años de edad; junior de 16 a 17 años de edad y senior de 17 a 18 años de edad, esto corresponde a la preparatoria, haciendo un total de 13 años de educación obligatoria.

El sistema educativo estadounidense está dividido en distritos escolares y administrado por el consejo escolar, representado por un superintendente.

Cada estado tiene sus propios planes y programas, a diferencia de nuestra educación donde tenemos programas federales, es decir, planes y programas emitidos por la SEP para toda la República.
Los estudiantes estadounidenses tienen periodos vacacionales más extensos que los nuestros, y sus programas cubren por lo general unos 185 días de clases.
\"Sistema
¿A dónde va México? Sistema educativo, sistema legal, sistema político… Digamos de momento que la educación no va por buen camino.
A pesar de los esfuerzos que han hecho los dos últimos Presidentes y de que México ha avanzado en algunos rubros de la educación básica.

Cuentos para niños: Manuel Arduino Pavón

Cuento: Las monedas dobladas

De: Manuel Arduino Pavón

En exclusiva para AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil.

Ilustración: abtuno.

TodoMePasa.com


\"Cuentos Un niño lloraba desconsolado. Un anciano se acercó y le preguntó qué le ocurría: -El faquir dobló mi moneda con su mirada. -¿El faquir? -Es la única moneda que tengo y ya no podré comprarme comida. -Muéstrame tu moneda doblada. El niño obedeció. -Ten una moneda del mismo valor y dame la doblada. -¡Gracias, Babbu! -Ganesha, mi elefante, la enderezará. -¿Tiene un elefante? ¿Cómo hizo? [caption id=\"attachment_620\" align=\"aligncenter\" width=\"750\"]\"Cuentos Cuentos para niños Las monedas dobladas, Manuel Arduino Pavón.[/caption] -Yo también doblo monedas. -¿El señor es un faquir? -Doblo monedas, las multiplico con la habilidad de mis manos. Soy un maestro de cestería. El niño bajó la mirada decepcionado. -Entiendo que no te convence demasiado mi argumento. Tú y el faquir están obligados a hacer magia para sobrevivir. Yo, en cambio, vivo para que se produzca la magia.  
\"Convocatoria

Manuel Arduino Pavón es el segundo participante de AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil, con uno de sus cuentos para niños: Las monedas dobladas.

Escritor uruguayo, fue premiado en el Río de la Plata por sus escritos sobre Teosofía y otras disciplinas herméticas. Es miembro de la Sociedad Teosófica. Ha publicado en Uruguay, Argentina, España, Holanda y México, por mencionar algunos países. Sigue a Manuel Arduino Pavón y su proyecto Tweets on demand: https://www.facebook.com/tweetsondemand]]>

Reforma y el idioma español

Reforma y el idioma español

Terminó el ciclo escolar 2015 – 2016, los niños y jóvenes salen de un grado para iniciar en otro; tras un breve período de descanso nuestros estudiantes inician un nuevo ciclo escolar. Con la actual reforma educativa, los días de clase pueden ir de 185 a 200 días, siempre y cuando se cumpla con las 800 horas obligatorias de estudio.
¿Qué se supone que aprendieron nuestros alumnos en la materia de Español?
Los estándares curriculares, como es bien sabido por todos los docentes, expresan lo que los alumnos deben saber y ser capaces de hacer en los cuatro periodos escolares:
1.- Al terminar el preescolar;
2.- Al concluir el tercer grado de primaria;
3.- Al final de la primaria (sexto grado); y
4.- Al cumplir la educación secundaria.

“Los estándares de Lenguaje y comunicación proporcionan un modelo para la consecución de las competencias comunicativas de los jóvenes del siglo 21”. (Secretaría de Educación Pública, SEP).

 
\"La
Los doce años de educación básica en México son fundamentales para ampliar el alcance y la experiencia en el uso de la lengua, y para comprender y utilizar la comunicación como parte integral de las prácticas sociales.
Los estándares para estos grados deben ser elevados y deben ser comparables con los establecidos a nivel internacional.

Los jóvenes que concluyan la educación básica deberán estar equipados con habilidades lingüísticas, comunicativas y sociales para que puedan contribuir de manera positiva y eficiente con la sociedad mexicana y con la del resto del mundo.

Los estudiantes deben:

• Ser capaces de leer y escribir lo suficiente y correctamente para participar en las prácticas sociales y expresarse de forma individual.
• Contribuir de manera creativa a las discusiones, debates y otras formas de intercambio en la escuela, la familia y la sociedad.
• Conocer cómo es el lenguaje y otras formas de comunicación en el trabajo, y ser capaces de reflexionar sobre estos procesos.
• Desarrollar las habilidades comunicativas necesarias para convertirse en ciudadanos eficientes.
En nuestro rico contexto cultural urbano, el lenguaje y la comunicación en la vida diaria de los alumnos se desarrollan:

El uso de un lenguaje folclórico, disparates y groserías; el conocimiento del mundo o de su mundo; unas calles más a la redonda de su casa, el barrio y algunos parques a donde ir a matar el tiempo; la lectura les aburre, manifiestan ignorancia supina sobre libros clásicos, les gusta comunicarse vía WhatsApp creando una rica forma de comunicación escrita fonéticamente, no les importa la escritura correcta, practican discusiones y debates llenos de insultos y vituperios.

 

Cuentos infantiles cortos… No creo

Cuentos infantiles cortos

¿CUENTOS INFANTILES CORTOS?

NO LO CREO…

 
Sigues fantaseando con imposible ausencia. Solo un masoquista entiende el placer de un último dolor, uno dulce del que no te arrepientas. Una molestia pasajera trastocada en alivio al eliminar tu inefable parlamento de la biografía de los demás.

Son los otros quienes sí brillan, quienes son protagonistas.

Has pasado temporadas inventando pretextos. Tus personajes desaparecen a cuentagotas, se desvanecen, se esfuman línea a línea. A veces haces acto de presencia; el resto de las funciones tú misma te has ido borrando del imaginario colectivo, de la farándula, de las marquesinas. Contados los otrora entusiastas que aún evocan tu seudónimo artístico, tu notoriedad intranquila… y seguramente son aquellos que, si se los permitieras, con gusto te escupirían cuánto, cuánto aborrecieron tu actuación. La indiferencia es lo de menos: los fracasos se cobran y la melancolía se ignora mucho antes de que un aprendiz en potencia decida interpretarte un maldito día cualquiera, aparecer en un escenario árido imitándote en un sala sombría y poblada de sonrisas estúpidas.
Fue culpa de una cincuentona engañada y de un bailarín canceroso el haberte dormido sin un epitafio, rodeada de velas apagadas y de colegas que nunca te trataron como merecías y que sólo en tu imaginación se preguntan cómo pudiste, oh, tú que lo tenías todo físicamente hablando y lo desperdiciaste, tú que asesinabas con gusto cada intervención que te correspondía y que echaste por la borda la obligación de aprovechar el talento otorgado por una fuerza que Nietzsche mató.
O culpa de los ángeles de Rius, fue tu inexistente protección divina que no te advirtió de no hacer caso a una canción que aún recauda millones en regalías.
Fue apenas una tira de tabletas de uso diario, que hoy se encuentran en casi cualquier botiquín casero y que en aquel lejano entonces tenían cierta sustancia que ahora haría tus delicias.

Fue culpa de quién… de quién no…

Y ese beso de buenas noches que debió velar a diario tu sueño, que debió leerte cuentos infantiles cortos, cortísimos, de un lobo tierno que fue asesinado por Cenicienta se acabó, que debió cobijarte y protegerte de ese otro besito infantil e inocente que hoy mandaría a la cárcel a un muerto, a una hiena que nació cadáver y que en aquel entonces se arrastraba por los rincones en busca de Barbies para contagiarles en voz baja, tan baja, su interna y dilatable putrefacción.

No más cuentos infantiles cortos para ti, ni cuentos infantiles largos, interminables, eternos…

Ya casi es hora de bajar el telón. Despídete luego de agradecer los aplausos y los abucheos.
 

Imagen: Barbiecitas.

Miedo al terror (II). De sustos y otras tradiciones culturales

Miedo al terror:

He leído a Lovecraft, a Stephen King, a Poe… y ninguno me ha causado tanto terror como cuando veo a mi mamá con un cinturón.
Fantasmas y duendes me pelan los dientes. Los zombies limpian mis zapatos. El verdadero escalofrío es llegar a casa con mis calificaciones.
No es que se me aparezca Freddy Krueger… pero, en verdad, todas mis pesadillas me quitan el sueño.
 

Terror cotidiano – Héctor Juárez Lorencilla.

 
\"Se

En la entrada anterior se mencionaba: ¿Qué es eso que causa miedo?

¿Qué nos quita el sueño, qué no nos deja descansar cada noche en santa paz?
Desde niños nuestra familia nos enseña a temerle a una cantidad de seres fantásticos y a los castigos divinos si nos portamos mal, o -peor aún- el inevitable castigo materno si nos descubren en alguna trastada.
Al crecer, el miedo se traslada al ámbito social: un regaño, que se burlen de nosotros, ser humillados.
Y ya más grandecitos, nos atemoriza el mundo de lo cotidiano: perder nuestro empleo, reprobar una materia, las tribus urbanas, y un gran miedo a conocer la verdad de cualquier asunto.

Hemos creado fantasmas, monstruos, seres repugnantes y crueles, pero la realidad misma de nuestro actuar incorrecto es lo que nos da más miedo.

No importa si es horror o temor: ambos causan pulsaciones aceleradas, respiración sofocada, angustia, repulsión, asco, rechazo y, finalmente, enojo e impotencia.
Una noche oscura en cualquier calle solitaria nos genera la sensación de desabrigo, pensamos en ladrones, rateros, navajas, cuchillos, pistolas, violadores, etc. Y, ¿qué hacemos en ese lugar a esa hora?
No pasó nada, qué susto, no me vuelve a pasar eso. Mentira, te va a volver a pasar por lo mismo que no te pasó nada, tentamos nuestra suerte, abusamos de nuestra confianza y traicionamos nuestra seguridad y tranquilidad.

¿Quieres vivir con miedo al terror?
Tienta tu suerte...

Bernardo Monroy – Irregular (cuento)

Bernardo Monroy – Irregular (cuento)

En exclusiva para AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil.

Ilustración: abtuno.

TodoMePasa.com


  Henry Smeldington se acaba de meter en un problema serio. Con apenas diez años de edad ya había robado una evidencia de la escena del crimen. Como si las cosas no pudieran ser peores, un inspector de Scotland Yard se dio cuenta y comenzó a perseguirlo. Corrió por la callejuela oscura y apestosa, iluminada solamente por las farolas de gas. No era muy diferente a otras de Londres, con carrozas desplazándose, mujeres caminando con corsé y hombres usando sombreros de copa. El estilo impuesto por la Reina Victoria. El inspector de Scotland Yard hizo sonar su silbato y Henry aceleró la marcha. Pasó a través de una librería que vendía las novelas de moda: Drácula, de un tal Bram Stoker, Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen, La Isla del Tesoro de Robert Louis Stevenson e Historia en Escarlata, de Sir Arthur Conan Doyle. Una de esas novelas nada tenía de ficción, pero eso pocos ingleses –y de hecho pocos seres humanos- lo sabían. Henry era uno de ellos. Dobló a la izquierda por un callejón, cuando el inspector alcanzó a cogerlo de su saco. -¿Sabes lo serio que es robar evidencia de la escena del crimen, mocoso? –le preguntó, pero Henry se quitó la prenda y siguió corriendo. La vida de Henry no era diferente a la de muchos niños del Londres del siglo XIX: su madre muró a causa de la epidemia de cólera de 1848 que mató a 14.137 londinenses y su padre fue encerrado en la cárcel por robar para mantenerlo, de modo que Henry tuvo que vivir en las calles. De no haber sido por alguien que le tendió la mano, de seguro estaría muerto. La persona para quien robó aquella pistola. [caption id=\"attachment_605\" align=\"aligncenter\" width=\"960\"]\"Bernardo Bernardo Monroy – Irregular (cuento). En exclusiva para AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil. Ilustración: abtuno. TodoMePasa.com[/caption] Corrió hasta llegar al segundo piso del departamento de la persona que le daba dinero por realizar trabajitos, que aunque eran ilegales, a la larga servían para ayudar a la sociedad, al mundo, y definir la historia de la literatura. Subió por los tabiques para entrar al estudio de su jefe. Por lo general no usaba la puerta, porque las otras dos personas que allí vivían –un médico y una anciana casera- lo veían con desdén por ser niño de la calle. Por suerte, su jefe era demasiado inteligente para darle importancia a prejuicios tan tontos. Entró por la ventana. Su jefe estaba sentado en su sillón, fumando su pipa. -Te felicito, Henry –dijo, sin siquiera moverse-. Encontraste el arma y corriste durante media hora. Lo supe por el olor a pólvora que distingo desde aquí, por la peste a sudor que despides y por tus jadeos. Huiste de Lestrade, quien aunque no es muy brillante, tampoco es un idiota soberbio como toda la policía de Inglaterra. Por eso siempre vienen a pedirme asesoría a mí, a Sherlock Holmes. Henry caminó hasta el sillón de Holmes, y como un súbdito ante el rey le entregó el revólver. El detective más famoso de la literatura lo sostuvo con la experiencia de un cirujano. [caption id=\"attachment_606\" align=\"aligncenter\" width=\"600\"]\"Bernardo Bernardo Monroy – Irregular (cuento). En exclusiva para AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil. Ilustración: abtuno. TodoMePasa.com[/caption] -Neil Creme. El asesinato de aquel muchacho es sin duda obra de Neil Creme, uno de los socios del profesor Moriarty. Lo sé porque Creme usa veneno para cometer sus crímenes, no pistolas. Mi estimado archienemigo sin duda le pagó… lo que me recuerda que debo pagarte a ti, Henry. Holmes hurgó en su bolsillo y le entregó una moneda a Henry. Por lo general, Sherlock Holmes le pagaba eso a un niño de la calle que le proporcionara información vital para resolver un caso. A lo largo y ancho de Londres, el detective tenía una red de niños sin hogar a los que llamaba “Los Irregulares de Baker Street”, quienes espiaban para él y realizaban uno que otro trabajo. Cuando la información era buena les daba una guinea, pero el auténtico premio no era el dinero, sino colaborar para un detective del tamaño de Sherlock Holmes. -Muchas gracias, Mr. Holmes –dijo Henry, pero el detective lo ignoraba. Estaba de pie, tocando su violín. Henry salió del 221-B de la calle Baker, a vivir, de nuevo, en las calles de Londres, pero satisfecho por ayudar a Sherlock Holmes, sin ser siquiera el Doctor Watson.  
\"Convocatoria Bernardo Monroy es el primer participante de AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil. Escritor y periodista mexicano, nació en la Ciudad de México en 1982. Publica a cada rato en medios impresos y electrónicos. Y es invitado consentido de FENAL (Feria Nacional del Libro de León), donde este año dio una charla sobre Sherlock Holmes. Sigue a Bernardo Monroy en Facebook y conoce más de su obra literaria: https://www.facebook.com/bernardo.monroy.50]]>