La Ciudad de México es una ciudad vieja pero de gente heroica… en su mayoría.
La Ciudad de México, mi querida ciudad, mi terruño, la nostalgia de la infancia, la casa materna y paterna, la familia y viejos amigos. Lo que hace que México tenga magia es su gente, sus tradiciones y costumbres, ya sean sincretizadas o transculturizadas.
Sin ser una ciudad milenaria, es una ciudad fea. Pero la Ciudad de México es bella por su gente. Por los millones de trabajadores que se rompen la madre todos los días para tener unos pesos y dar de comer a los suyos. Compartir los frijoles, el huevo enchilado y las tortillas con chile, la canela, el café y uno bolillos. Salir temprano bajo la lluvia y esperar el sistema de transporte monopolizado, caro, insuficiente y poco eficiente. Aunque las autoridades digan lo contrario, es un sistema de transporte impuesto, viola la garantía de libertad y de competencia.
Los mexicanos salen de colonias populares, con cinta asfáltica vieja y en mal estado, con tráfico en todas partes. Y, como se establece en la teoría del caos, “todo caos tiene cierto orden”. Así es en el caso de México. La gente ya sabe a qué hora salir para llegar temprano, sabe qué camino tomar para llegar. No es que la ciudad sea ordenada: Es que la gente se las arregla para llegar a su trabajo, sea con lluvia, sea con socavones, con camiones sardina, con asaltos, desviaciones, inundaciones.
Añadan dos socavones en México: Uno en Cuajimalpa y otro en Polanco, más el socavón de Reforma y el socavón en Eje 8. Estos no va aparar hasta que se urbanice y se modernice la ciudad. Sumen todo el dinero transado en este sexenio y se preguntarán si no se puede hacer algo con esa cantidad. ¡Vaya que se puede hacer algo! Mucho, se puede hacer mucho.
Pero nuestro gobierno y sus compinches transas no tienen llenadera:
Para empezar 900 millones del Seguro Popular que se transaron varios gobernadores.
Once dependencias que hicieron pagos no documentados y que la Auditoria Superior de la Federación (ASF) cuantificó en 7670 millones de pesos.
Javier Duarte, Veracruz: $ 180 mil millones de pesos.
Ángel Aguirre, Guerrero: $ 37 mil millones de pesos.
Guillermo Padres, Sonora: $ 30 mil millones de pesos.
Roberto Borges, Quintana Roo: $ 22 mil millones de pesos.
Fausto Vallejo, Michoacán: $ 17 mil millones de pesos.
César Duarte, Chihuahua: $ 7 mil millones de pesos.
Jorge Herrera, Durango: $ 4 mil millones de pesos.
George Alfonso Reyes, Zacatecas: $ 4 mil millones de pesos.
Rodrigo Medina, Nuevo León: $ 3 mil millones de pesos.
Egidio Torre, Tamaulipas: $ 340 mil millones de pesos.
Rubén Moreira, Coahuila: $ 160 mil millones de pesos.
$ 306 mil millones comprobados, más lo que no se ha podido comprobar.
$ 479 mil millones de Deuda Publica sin comprobar.
Más los miles de millones de las transas en PEMEX.
Y los miles de millones de todas las tranzas en desarrollos inmobiliarios y de construcción.
Más los miles de millones en corrupción y los acuerdo narcopolíticos.
A poco se creen ese cuento de que Trump quiere acabar con el narcotráfico. Ese es el negocio más grande después de la industria digital y la industria de armas.
Puedo seguir, y la lista será interminable.
Cuando uno entra a la CDMX, vive el contraste más grande que se pueda uno imaginar. Avenidas, calles, parques, todos descuidados. Y, sin embargo, da gusto llegar a “la Capirucha”, como decía Carlos Monsiváis.
La ciudad se puede hundir, anegar, caer, estar en caos, vivir en pobreza y con inseguridad. Pero allí está la chispa enigmática: su gente.
La Ciudad de México es una ciudad con millones de héroes.
Nunca será una Venezuela o un país del primer mundo. Se equivocan nuestras autoridades pendencieras y los políticos hambreados de dinero y poder. Nunca están satisfechos, son los peores rateros y asesinos, todo lo hacen con manos ocultas, cobardes. Pero, eso sí, cosmopolitas, degluten en los restaurantes más finos y beben en copas de cristal cortado para celebrar sus transas.
El trabajador mexicano es necesario en muchas partes del mundo, es bendecido por sus familiares, con todos sus vicios y fallas.
El político mexicano es repudiado en todas partes del mundo y es maldecido por mexicanos y extranjeros, así de simple.
Soy fulanito y trabajo en la fábrica tal. “Mucho gusto”
Soy diputado del partido tal. “Qué bárbaro, ya ni la amuela, cómo joden a los mexicanos. No les da vergüenza decir que son diputados o senadores.”
Pensará la mayoría de gente que para ser diputado hay que estudiar mucho, tener una capacidad intelectual increíble. Pues no. Solo hay que renunciar a la voluntad propia, a los escrúpulos y a la moral. Requisitos indispensables: Ser lambiscón con el jefe (hacer carrera), hacerse pendejo en sesiones y levantar el dedo cuando les dicen que lo hagan.
México sobrevive y sobrevivirá por su gente, su pueblo.
Ahora sí puedo decir:
Viva México, cabrones.
Imagen: AristeguiNoticias.