AntologArte

Cuentos infantiles ilustrados: Un trompo de aire (Regalo de año nuevo)

Cuentos infantiles ilustrados:

Un trompo de aire

De: Jéssica de la Portilla Montaño.

En exclusiva para AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil.

Ilustración: abtuno.

TodoMePasa.com


–¿Alguien sabe qué es un huracán? –¡Un trompo de aire que sirve para volar! Varias niñas rieron. Otras, abuchearon. Mariela se recostó en su pupitre con la esperanza de que nadie la viera. –¿Quién dijo esa tontería? –Ash. –La alumna más odiosa se puso de pie para señalar a la culpable. –¡Quién más iba a ser, Miss! [caption id=\"attachment_1048\" align=\"aligncenter\" width=\"768\"]\"Cuentos Cuentos infantiles ilustrados: Un trompo de aire, Jéssica de la Portilla Montaño (México).[/caption] En el carro, la mamá ojeó el reporte. –“Imaginación excesiva, alejamiento de la realidad, se solicita evaluación psicológica”… ¡Ay, niña! Te he dicho mil veces que la magia no existe. ¿No entiendes? –¿Y las sirenas, mamá? ¿Y las haditas? –¡Que no existen, niña! Ya deja de leer tonterías y mejor ponte a estudiar. Mariela cerró con seguro la puerta de su habitación. Guardaba el cuaderno azul en un cofre bajo la cama. En una hoja blanca esparció pétalos de tulipán antes de escribir con zumo de limón: \"Cuentos “Estoy en el salón de clase. De pronto, un trompo de aire del tamaño de un gato atraviesa la ventana y atrapa a mis compañeras. Se van volando hasta… ¡Cancún! ¡Sí! ¡Hasta Cancún!”. –Qué raro… Vamos a esperar a que lleguen, ¿no? –¡Sí, Miss! –Bueno. Ponte a leer lo que quieras mientras califico exámenes. –¡Sí, Miss! La niña abrió su mochila para tomar el libro de Hans Christian Andersen. [caption id=\"attachment_1047\" align=\"aligncenter\" width=\"768\"]\"Cuentos Cuentos infantiles ilustrados: Un trompo de aire, Jéssica de la Portilla Montaño (México).[/caption] Dos horas más tarde, el Director del colegio entró al salón. –Carmina… ¿Carmina? ¡Despierta! La profesora abrió los ojos de golpe. Mariela se aguantaba la risa. –Te hablan por teléfono. De larga distancia. ¡Dicen que son tus alumnas!
 

\"Convocatoria

Jéssica de la Portilla Montaño es la cuarta participante y coordinadora de AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil. Desde 2007 escribe en TodoMePasa.com, y desde 2015 es mamá de Aranza. \”Un trompo de aire\” es uno de sus cuentos infantiles ilustrados por abtuno.

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Ana Segovia: Un cumple muy singular (cuento)

Ana Segovia – Un cumple muy singular (cuento)

En exclusiva para AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil.

Ilustración: abtuno.

TodoMePasa.com

 

Para Mariana Villanueva.

[caption id=\"attachment_923\" align=\"aligncenter\" width=\"768\"]\"Ana Ana Segovia: Un cumple muy singular. Ilustraciones: Abtuno. Para AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil, de TodoMePasa.[/caption] Lilia miraba por la ventana, parecía que iba a llover pues el sol se estaba ocultando atrás de una nube. —Lilia –preguntó la madre–, ¿quieres salir a dar un paseo? —No, mamá, ¿no ves que va a llover? —¿Cómo crees? El sol se ha metido detrás de esa gran nube, pero no hay más nubes como para que llueva. —¿No ves cómo se ha oscurecido todo y se siente la humedad de la lluvia? –replicó Lilia, molesta. —Está bien, Lilia, si no quieres no salimos… *** Al día siguiente era sábado y Lilia cumplía trece años. Su madre y su padre le querían dar una gran sorpresa. Así que al despertar la niña sintió que algo se movía encima de su cuerpo, brincaba y hacía ruidos raros. —¡Un perro! ¡Qué padre! ¡Está chiquito y es muy simpático! Gracias, papá; gracias, mamá. —¡Qué bueno que te gusta! ¿Verdad que es precioso? –dijo la madre. Pero Lilia, cuando lo tuvo un rato entre sus manos y escuchó las palabras de su madre, lo pensó dos veces y dijo: [caption id=\"attachment_922\" align=\"aligncenter\" width=\"768\"]\"Ana Ana Segovia: Un cumple muy singular. Ilustraciones: Abtuno. Para AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil, de TodoMePasa.[/caption] —Oye, pero qué feo olor sale de su boca, ¿siempre va a estar babeando así? —Pues así son los perros, no usan baberos como nosotros –respondió la madre. —Sí, ya lo sé… Lo que quiero decir es que, ¿qué voy a hacer con él si babea tanto? —Pues jugar, Lilia, y si no quieres no juegues cerca de su hocico. Eso es todo. —Mmm, mmm… –musitó la niña y dejó el perro en el suelo diciendo: —Tengo hambre. Quiero unos deliciosos hot cakes –sus padres sonrieron. —Como hoy es tu cumpleaños –declaró el padre–, los tres desayunaremos hot cakes. La madre bajó a la cocina a preparar el desayuno y después de un rato gritó: —¡Lilia, ya están listos los hot cakes! Ven a desayunar. Lilia dejó al perro encerrado en su cuarto y bajó: —¿Por qué no traes al perro para que lo veamos jugar? –preguntó la madre. —Ay, no, mamá. Quiero saborear mis ricos hot cakes sola. No vaya a ser que me los babee. —¡Ay, Lilia! –se quejó la madre. Ya en la mesa Lilia exclamó: —Yo quiero el hot cake más redondo. —Ten, Lilia, aquí está— respondió la madre poniéndole el plato enfrente. Su padre apareció, entonces, recién bañado, y se sentó a la mesa. Su esposa le sirvió su plato. —Mmm, huele delicioso y qué bien te quedan –dijo muy satisfecho. A lo que Lilia refunfuñó: [caption id=\"attachment_921\" align=\"aligncenter\" width=\"768\"]\"Ana Ana Segovia: Un cumple muy singular. Ilustraciones: Abtuno. Para AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil, de TodoMePasa.[/caption] —A mí no me lo diste tan bonito. ¡Mira, ya hasta está frío! Su madre lo recalentó pero Lilia se lo comió con desgana. —¿Qué vamos a hacer hoy que es mi cumpleaños? —¿Qué se te antoja, Lilia? –inquirió su padre. —Pues, no sé, ir al zoológico, a la feria, al cine… —Me parece muy bien. Entonces arréglate para salir temprano y hacer todo lo que nos alcance el tiempo. La madre se acercó a la mesa y le dijo: —¿Adivina qué, Lilia? Tu abuela te mandó un regalo. Ten, ábrelo. Entre los papeles surgió un lindo vestido a la moda. Justo lo que Lilia había querido tener. Se lo probó y le quedó muy bien. Era cómodo, sencillo y elegante. —¡Uy, qué guapa, Lilia! ¡Qué chica tan moderna! —exclamó su padre. —Te queda perfecto –expresó su madre. —Sí, ¿verdad? Lilia se empezó a poner nerviosa otra vez. —Pero mira, aquí tiene una especie de arruga. Qué feo se ve. No puedo salir así a la calle. ¡Qué pena! —Pero Lilia, no exageres –dijo el papá. —No exagero, papi. ¿A ti no te daría cosa verte así? No, no quiero ponérmelo y no quiero salir a pasear. Prefiero quedarme en casa con ese perro baboso, sola en mi cuarto. Para ese momento, Lilia ya estaba ofuscada. Con el ceño fruncido y los brazos cruzados se quedó mirando fijamente un punto sobre la mesa. —Lilia, hija, no seas absurda. Puedes ponerte otra cosa y festejar tu cumpleaños como lo habíamos planeado —suplicó la madre. —Pero no quiero. Todo sale mal: el perro, el hot cake y el vestido. Todo termina siempre arruinándose. ¡Qué feo es, además de eso, cumplir trece años! ¡Qué horror! –y Lilia se puso a llorar. Sus padres se acercaron pero ella se levantó y se subió y encerró en su cuarto. —¡ Déjenme en paz! –gritó desde adentro. Lilia lloró un gran rato abrazada al pequeño perro que gemía junto con ella. Nadie la comprendía. Poco a poco se fue quedando dormida. *** [caption id=\"attachment_924\" align=\"aligncenter\" width=\"1024\"]\"Ana Ana Segovia: Un cumple muy singular. Ilustraciones: Abtuno. Para AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil, de TodoMePasa.[/caption] En su sueño, Lilia estaba sola en su cuarto. Ese día era su cumpleaños y se había despertado al escuchar los ruidos de alguien en la puerta. Pensó que entrarían sus padres para felicitarla, pero nada pasó. Lilia se levantó y fue a la cocina. Allí se encontró a su madre, quien le dijo: —Buenos días, Lilia. Ya sé que hoy es tu cumpleaños pero no tengo nada para ti. Ayer había un perrito muy gracioso en la tienda pero babeaba todo el tiempo ¡Qué asco! Iba a ensuciar toda la casa, así que mejor lo dejé ladrando en la tienda. Su padre llegaba a desayunar recién bañado: —Hola, Lilia. Ya sé que hoy es tu cumpleaños. Quizás quieras salir a pasear, ¿pero no te parece que va a llover? Con la lluvia vamos a manchar el coche de lodo, llegaremos tarde a cualquier lado y nos mojaremos. Creo que es mejor que te quedes en casa y te ahorres un buen catarro. ¡Feliz cumpleaños! Entonces, su madre intervino: —Bueno, Lilia, tuviste suerte. Tu abuela te mandó un regalo. Ya ves que nunca se olvida de ti. Ten, ábrelo. Lilia sacó el mismo vestido moderno idéntico al que le había mandado su abuela. Por lo menos tendría un bonito vestido. Pero su madre al verlo dijo: —¡Uy, tu abuela sí que se modernizó. Se pasa, ¿no? A ver, pruébatelo. Cuando Lilia tenía puesto el vestido, su padre le dijo: —Mmm, no me gusta que te veas tan atractiva, es muy audaz para tu edad. Está muy corto. Los chicos te van a estar molestando en la calle y a ver si no hay un desgraciado que te insulte. —¡Lilia! ¿Ya viste? Tiene una arruga espantosa aquí por el bolsillo. Como que no está bien terminado. Si no fuera por eso parecería un vestido fino. Pero no lo es. —Pero mamá –replicó Lilia–, casi ni se nota… —No, no. No quiero que piensen que yo te visto con ropa de segunda. Mejor se lo regalamos a Doña Pachi. Tiene una hija de tu edad y nos lo va a agradecer. Tú mereces mejores galas, hija. Dámelo, se lo voy a dar mañana que la vea. —Pero, mamá… no es justo –se oyó apenas protestar a Lilia. —Nada, nada. Tú pórtate como una niña buena. Te voy a hacer tu desayuno y te lo llevo a la cama. —Sí, quiero unos ricos hot cakes bien redondos y calentitos. Te salen tan bien… —Qué va, hija. Me salen muy feos, y cuando los sirvo ya están fríos. Mejor te hago unos huevos revueltos como siempre, con sus frijolitos y tortillas. Esos no tienen que salir perfectos. —No importa que los hot cakes no estén redondos, de todos modos me los voy a comer. —De ninguna manera. Anda, vete a tu cuarto. Ahora te llevo tu desayuno. Lilia regresó a su cuarto muy desanimada. Parecía un día como cualquier otro, pero era peor, mucho peor. Se metió en la cama. Ni siquiera había un perro que la consolara. No existía ningún plan para su cumpleaños, y aunque el sol empezara a salir de la oscura nube, ella no festejaría su cumpleaños. Se quedaría en casa rumiando los huevos revueltos de siempre. Nada tenía que ver ese día con su onomástico. Su madre apareció con la bandeja del desayuno y se la puso sobre las piernas: —Anda, m’hijita. Desayuna tranquila. Hoy vamos a relajarnos. Tu padre y yo queremos estar contigo en casa. Aunque él ya se bañó se quedará aquí sin salir. —Gracias, mamá –contestó Lilia. —No, por nada. Ya sabes que te queremos mucho. Bueno, ahora nosotros nos vamos a acostar un rato mientras desayunas, así que no hagas ruido. Cómete todo tranquilita y si quieres ponte a ver la tele como ayer. —Sí, mamá. Cuando se cerró la puerta, Lilia empezó a llorar. El huevo estaba frío; la casa, silenciosa; no tenía ni vestido ni perrito y sus padres estaban encerrados en su recámara. *** Lilia despertó llorando. El perrito lamía sus lágrimas. Abrió bien los ojos y suspiró al ver que estaba en su casa, con su perro, el vestido nuevo en la silla, el olor a hot cakes todavía en el aire y sus padres platicando en la cocina. ¡Qué maravilla! Lilia bajó corriendo hacia la cocina y abrazó a sus padres. Les dio un beso y les dijo: [caption id=\"attachment_925\" align=\"aligncenter\" width=\"768\"]\"Ana Ana Segovia: Un cumple muy singular. Ilustraciones: Abtuno. Para AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil, de TodoMePasa.[/caption] —¡Qué delicia de hot cakes hiciste, mamá! Quiero hacer hoy todo lo que podamos. Me voy a bañar rápido y me estrenaré el vestido de la abuela. Papi, ¿no podríamos traer al perrito con nosotros? Pondré un trapito para que no ensucie el coche. —Pero qué cambio, Lilia –expresó su padre–. Claro que traeremos al perrito. Además ya es hora de que lo bautices. ¿Cómo le pondremos? —Sí, Lilia. ¿Qué nombre te gusta? —¿La verdad? —Sí, claro. —Bueno, me gustaría ponerle un nombre especial: Perfectoimperfecto o Imperfectoperfecto. —Pero eso no es un nombre, ¿por qué se te ocurre tal cosa? —Es que quiero decirles que hoy descubrí que no existe lo perfecto solito. Que también lo imperfecto ya es muy perfecto y que amar todo eso me hace muy feliz. Gracias por este cumpleaños tan especial.  
[caption id=\"attachment_504\" align=\"aligncenter\" width=\"1024\"]\"Convocatoria Convocatoria literaria Antologarte 2016 Literatura Infantil y Juvenil[/caption]

Ana Segovia es la cuarta participante de Antologarte, Literatura Infantil y Juvenil.

Ana Segovia Camelo nació en el Distrito Federal en 1957. Obtuvo la licenciatura en Filosofía en la Facultad de Filosofía de la UNAM. Fue profesora de filosofía en la Universidad de Guanajuato y en el Instituto de Artes Plásticas de Taxco, Guerrero. Ha desempeñado actividades académicoadministrativas en la UNAM y realizado trabajo editorial en la SEP, Conaculta, UNAM, UAM, Santillana y en la enah. También cursó estudios como orientadora humanista y psicoterapeuta Gestalt en el Instituto Humanista de Psicoterapia Gestalt. En abril de 2011 publicó su primer libro de poesía, El Dorado, y actualmente se dedica a la labor editorial y al diseño y a la realización de joyas.]]>

Cuentos infantiles: Cenicienta casi

Abraham Téllez España presenta uno de sus cuentos infantiles: Cenicienta casi

En exclusiva para AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil.

Ilustración: abtuno.

TodoMePasa.com


Para Inés de Tavira

  Entonces tenía siete años. Mi cuerpo era el de un bebé agigantado. Con esos brazos regordetes y las piernas esponjosas y saltarinas, habría sido justo ser llamada querubín. Tenía mi misma cara que a los tres, que a los cinco. Distraída. Salvo dos hoyuelos en la mejilla izquierda, ninguna otra belleza. Siempre simple. Es cierto que a los siete el cuerpo y el pelo habían mutado de su forma original, pero poseían el mismo tono ámbar, el mismo olor mío de siempre, dulzón. Siete años era la medida para calcular el “siempre” y entenderlo casi. –Siempre estás de floja –alguien me dijo una vez, varias. ¿Siempre? No notaba el cambio en mí sino en todo lo que ya no me venía, en lo que me quedaba de pronto tan pequeño. Así podía comprender la lógica del antes y nunca la del siempre. El antes estaba ahí, en lo que dejaba de ser para transformarme en algo ajeno. Monstruosa. –Antes eras muy buena niña, ¿qué te ha pasado? –notó una vez mi Miss favorita. Tirar los primeros dientes, saborear mis encías chimuelas y, empezar a ver mi frente en el espejo del baño al peinarme, eso era crecer. El crecimiento me revelaba el misterio del antes como un aire irrecuperable. –¡Qué bárbara! ¡Ya estás enorme! Y dolía saberlo. Aún a los siete creía ser idéntica a una princesa de ensueño. Hay otras niñas como Ana Paula, la hermana grande de Marifer. A ella su padre le prometió que era una princesa; sí, pero montada en un dragón lanzando saetas. Una guerrera. Era su destino convertirse en una mujer brillante. A ojos vistas era una criatura destacada y, a pesar de todo esto, se distanciaba de los halagos con abismos superiores. Sola, completamente entera, prefería admirar la rebelión de las hormigas antes que entablar palabra o jugar con las demás. Todo mundo, dentro y fuera del colegio, atendía su belleza, llenando a “Ana Pau” de privilegios perennes. Yo en casa me hacía la Cenicienta cada tarde y, sin barrer, jugaba en los rincones con la escoba. Me untaba de tierra las mejillas. Deseando ser pobre, creí en un sendero donde la dicha recompensaba al final el sacrificio de las criadas. –Tengan cuidado con esta niña, la imaginación es como la loca de la casa. Hagan que repase las tablas, que aprenda a escribir con corrección– sugirió la madre Leonor a mis padres. Pero en nada podían ser dañinas mis fantasías infantiles y, por el contrario, mi padre veía en mí los dotes de actriz con que triunfó la tía Margarita. Me dejaba jugar a mi antojo; sola, libre, desbordada. El baile del gran palacio ocurría en la sala. Muchas veces gocé actuar el momento en que se me desprendía la zapatilla de cristal. Al perderla, salía ofuscada al jardín, dejando caer el íntimo recuerdo que de mí tendría más tarde mi imaginado príncipe azul. –Adiós, príncipe. ¡Son las doce! ¡Me voy! Y miraba mi pantufla con falsa indecisión antes de huir apurada. [caption id=\"attachment_625\" align=\"aligncenter\" width=\"750\"]\"Cuentos Cuentos infantiles: Cenicienta casi, de Abraham Téllez España (Sogem).[/caption] De entre todos los juegos, la Cenicienta era el que más sonora volvía mi voz, el que daba a mi mirada cierta inocencia azul; sólo pensando en ser Cenicienta podía actuar con el cuerpo vivaracho y encendido. Jugar a la hermosura para crearme y creerme mi ficción personal. –¿Cómo está mi niña, la más guapa? –me decía papá elevándome a una fantástica y, sin embargo, simple mentira. La tarde que Marifer y Ana Paula vinieron juntas a la casa tragué fríos hasta antes ocultos. Fue la única vez que Marifer vino con “su-hermana-la-guapa”. Ana Paula y sus  labios pequeños de redonda florecita. Ana Paula y sus ojos verde imperial. Ana Paula, su pelo rubio, también verdoso bajo el rayo del sol. Ana Paula tres años mayor, tres veces más. ¡Ana Paula fue mi invitada más honorable hasta entonces! Cuánta dicha me causó verla comer; sabría siempre que ésa fue la silla que escogió para sentarse a la mesa y que, aquel vaso con estrellas fue detenido por sus pulcras manitas. ¿Cómo haría para nunca ensuciarse los dedos o la palma con la tinta? Cuando fuimos a la nevería, Ana Paula pidió un helado de mango y así fue como empecé a tener mi propio postre favorito. A partir de entonces pedí helado de mango durante años. Al regresar a la casa aquella tarde, nos encontramos con el coche de su madre bajo la luz de un farol que acababa de prenderse. La luz del farol, el coche inmóvil, fueron presagios que anunciaban el fin de esa alegría únicamente mía. ¡Cómo me habría gustado peinar a Ana Paula!, ¡verla dormir!, ¡ser Marifer! A las siete y diez nos terminamos el helado y Ana Paula se apartó callada encontrando asiento detrás del gran macetón. Se veía elegante en su aire de contemplarlo y saberlo todo. Una mujer. La sombra de la aralia salpicaba su piel de formas salvajes y en su mirada cupo la pupila de un animal salvaje cuando me erguí diciendo: –Y que yo era Cenicienta, ¿y que éste era el palacio? En cuanto lo dije, cierto hechizo opuesto al esperado, se apoderó de mí. El escalofrío cercano, la mala sorpresa que descompone los huesos de la espalda; algo dentro de mis oídos sonaba como un plato al quebrarse, como el agua que no es bien servida de la jarra y se derrama por todo el mantel, ensombreciendo y silenciando la realidad que rodea. Ésa era yo, de pie, con las mejillas irradiando el calor de mi vergüenza. Por donde se viera, un castigo llegaría. –Tú no puedes ser Cenicienta. ¿Verdad, Ana Pau? ¡Cenicienta es rubia! Y además es muy bonita –declaró Marifer sincera, con la despreocupación de una inocente. Ana Paula no dijo una palabra, pero su mirada despuntó un invisible viaje al escondite de mi cerebro donde estaba ella guardada junto con la intención mía de agradarla. Me halló ansiosa por escapar de mi notorio deshonor y, al verme tan fresco el sudor de la frente, me desvió la vista. Quise llorar por un dolor nuevo, recién conocido. Descubrí la burla disimulada en Marifer y algo de ese momento me redujo para siempre a un nuevo estado, el de la tonta. Yo había visto varias tontas en el salón. La tonta es casi semejante al papel que ocupa la fea, la gorda. A la tonta solo se le usa o se le ignora. Y, muy de vez en cuando, se le humilla. Es necesario el oído de la tonta que siempre sirve de contenedor para la voz de las bonitas o no tan bonitas, pero que tienen siempre algo que relatar. Un conflicto que amerita decirse, una aventura que cause envidia e intriga, o un pesar que desahogar, lo que sea pero que siempre debe ser dicho. –Mejor juguemos a “los ratones”, ¿no? –ordenó Marifer. Ana Paula buscó a su madre con un vistazo y luego reposó la frente sobre sus rodillas. Sin deseo real, obedecí a Marifer y nos volvimos de repente dos ratones teniendo aventuras entre la gente. Cualquier mayor podía ser esa gente mala que quería cazarnos, que no sabía que éramos dos ratoncitos de película. Y por eso nos gustaba asustar a los grandes con nuestras larguísimas colas y con nuestros feroces chillidos. –¡Miren nada más a estos ratones! –nos dijo la Tita al vernos entrar a su cocina. Luego vio mi cara quebrantada. –¿Qué tiene mi chiquita? –le oí decirse, casi para sí misma, encorvada frente a la estufa. Ana Paula se levantó con pesadumbre y, de pronto, su gesto divino se clavó en mi entrecejo. ¿Y ahora, qué? Su Misterio. Se acercó discreta al comedor. Nuestras madres fumaban y cuando la mía echó una miradita al reloj, Ana Paula se desplomó con el peso de una nube que cede su vida a la luz de una tarde perdida. Ése era el primer desmayo que contemplaba, el primer ritual en que vi una mujer inmolarse a sí misma para satisfacer a las otras. Con su desmayo, Ana Paula hizo un corte en el tiempo inmóvil y lo volvió repentinamente veloz, suyo en absoluto. –¡Dios mío! –gritó su madre poniéndose de pie. Y se lanzó junto a su cuerpo dorado, vibrante en el azul marino del uniforme que, desde el piso, no me pareció igual al mío. Un pesar se me colgó de los ojos, verla dolía como cuando se reprime una lágrima. Mi mamá corrió al baño a traer el alcohol y escuché susurrar con enojo un: “¡Ana Pau, hija!” Cuando mi madre volvió, me encontró tan pálida que pensó que iba a desmayarme también. Miré a Ana Paula. Me coloqué frente a esa reina de hielo adormecida y, desde sus párpados, quizá cerrados con sorna, me sentí observada con exactitud, leída como nunca antes, incitada a caer. La escuché suplicante; me habló con el timbre de una voz imaginada por mí, o por ella insinuada ella desde su silencio en el piso. Ahí empezó todo. Suave su voz, lenta melodía, sonaba alargando las palabras: “Hazlo, hazlo ya.” –¿Y si la beso para que… Mi madre apenas me dejó concluir. –¡No digas eso! ¿Qué van a pensar de ti? –repuso mientras destapaba el alcohol con el temblor de su nerviosismo. Entonces sólo yo pude ver a Ana Paula sonreírme levemente al tiempo que recobraba su expresión habitual. Pestañeó conteniendo las ganas de reír por mi absurda intención de rescatarla. Recuperó el color de sus mejillas: tramposa. Le tomó unos segundos de esfuerzo levantarse, para así dar mayor credibilidad a su malestar. Cuando se fueron mamá no me sirvió la cena, dejó de hablarme por tres días sin ceder a mis gestos lánguidos. Había en su mirada un discreto horror al verme, por eso prefería desviarme de su mirada,, como la hembra que ya no reconoce al miembro más inservible de su camada. No sabía que hubiera hecho algo para disgustarla así. Se habría dado cuenta de que yo no tenía la vocación de las otras para ser destacada. Todo siempre en el mutismo, mi madre sin voz, dejándome en lo que se calla porque de otra forma, ¿cómo se esconde? La última vez que jugué a la Cenicienta mi madre habló. Mientras me desplazaba en ese vals solitario, tomando el hombro de mi príncipe con delicia, ella caminó a la cocina y me dijo: –¿Con quién bailas, eh? Me detuve, enrojecida. La vi entrar a la cocina, sobre mi aliento contenido sentí los ruidos con que sacaba el hielo. Varios cubos golpearon contra el cristal, luego, el golpe de la puerta cerrando el refrigerador. Afuera no hice nada, enmudecí en la espera de verla salir otra vez. Llevaba su coca-cola burbujeante y negra, que encendía las formas del hielo, que escurría del vaso espumosa, humedeciéndole los dedos. Fue hacia arriba sin voltear a verme. No jugué a la Cenicienta en adelante y me lo propuse con el fin de una sola cosa: tenía que empezar a irme bien. Era momento de imitar, más bien, a la tía Luz, que era formal, tan seria en la escuela, tan respetada por los abuelos. Me inspiraría en ella escogiendo un punto falso adonde dirigir los ojos cuando no hay nada más que decir. Todo había cambiado con la suma de esas tardes, menos el gesto que me acompaña y define, ese temblar de los ojos distraídos, que se esfuerza para simular una calma aparente. Con nada volví a jugar a partir de esos días, ni con los cubiertos, los platos, la escoba, la tierra… ni con las mentiras. Era tiempo de crecer. Tanto me afecté por la entrada de Ana Paula a mi casa que no volví a saludarla más. Ella sí tenía la obligación de ser hermosa, por eso algunos niños más grandes se acercaban al portón de la escuela llamándola. La miré como ellos, pero oculta. Y los terribles días de escuela terminaron siempre a las tres de la tarde. Y la medianoche, límite impreciso de la fantasía que anticipa la vuelta a una realidad seca que, desprovista de sus doce campanadas, aparece con el día para cambiarlo todo.

\"Convocatoria

Abraham Téllez España es el tercer participante de AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil, con uno de sus cuentos infantiles: Cenicienta casi.

Abraham Téllez España (Ciudad de México, 1985). Egresado de la Generación 38 de la Escuela de Escritores de la Sogem. Licenciado en Literatura por la Universidad Iberoamericana (UIA). Complementó sus estudios con seminarios y diplomados impartidos por el Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC). Ha adaptado a guión cinematográfico los cuentos de Inés Arredondo \”La Sunamita\” y \”Orfandad\”; así como una adaptación libre e ilustrada de Madame Bovary, de Gustave Flaubert. El cuento aquí publicado en AntologArte de TodoMePasa.com forma parte de su primer libro de cuentos que se dará a conocer en 2017.]]>

Cuentos para niños: Manuel Arduino Pavón

Cuento: Las monedas dobladas

De: Manuel Arduino Pavón

En exclusiva para AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil.

Ilustración: abtuno.

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\"Cuentos Un niño lloraba desconsolado. Un anciano se acercó y le preguntó qué le ocurría: -El faquir dobló mi moneda con su mirada. -¿El faquir? -Es la única moneda que tengo y ya no podré comprarme comida. -Muéstrame tu moneda doblada. El niño obedeció. -Ten una moneda del mismo valor y dame la doblada. -¡Gracias, Babbu! -Ganesha, mi elefante, la enderezará. -¿Tiene un elefante? ¿Cómo hizo? [caption id=\"attachment_620\" align=\"aligncenter\" width=\"750\"]\"Cuentos Cuentos para niños Las monedas dobladas, Manuel Arduino Pavón.[/caption] -Yo también doblo monedas. -¿El señor es un faquir? -Doblo monedas, las multiplico con la habilidad de mis manos. Soy un maestro de cestería. El niño bajó la mirada decepcionado. -Entiendo que no te convence demasiado mi argumento. Tú y el faquir están obligados a hacer magia para sobrevivir. Yo, en cambio, vivo para que se produzca la magia.  
\"Convocatoria

Manuel Arduino Pavón es el segundo participante de AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil, con uno de sus cuentos para niños: Las monedas dobladas.

Escritor uruguayo, fue premiado en el Río de la Plata por sus escritos sobre Teosofía y otras disciplinas herméticas. Es miembro de la Sociedad Teosófica. Ha publicado en Uruguay, Argentina, España, Holanda y México, por mencionar algunos países. Sigue a Manuel Arduino Pavón y su proyecto Tweets on demand: https://www.facebook.com/tweetsondemand]]>

Bernardo Monroy – Irregular (cuento)

Bernardo Monroy – Irregular (cuento)

En exclusiva para AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil.

Ilustración: abtuno.

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  Henry Smeldington se acaba de meter en un problema serio. Con apenas diez años de edad ya había robado una evidencia de la escena del crimen. Como si las cosas no pudieran ser peores, un inspector de Scotland Yard se dio cuenta y comenzó a perseguirlo. Corrió por la callejuela oscura y apestosa, iluminada solamente por las farolas de gas. No era muy diferente a otras de Londres, con carrozas desplazándose, mujeres caminando con corsé y hombres usando sombreros de copa. El estilo impuesto por la Reina Victoria. El inspector de Scotland Yard hizo sonar su silbato y Henry aceleró la marcha. Pasó a través de una librería que vendía las novelas de moda: Drácula, de un tal Bram Stoker, Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen, La Isla del Tesoro de Robert Louis Stevenson e Historia en Escarlata, de Sir Arthur Conan Doyle. Una de esas novelas nada tenía de ficción, pero eso pocos ingleses –y de hecho pocos seres humanos- lo sabían. Henry era uno de ellos. Dobló a la izquierda por un callejón, cuando el inspector alcanzó a cogerlo de su saco. -¿Sabes lo serio que es robar evidencia de la escena del crimen, mocoso? –le preguntó, pero Henry se quitó la prenda y siguió corriendo. La vida de Henry no era diferente a la de muchos niños del Londres del siglo XIX: su madre muró a causa de la epidemia de cólera de 1848 que mató a 14.137 londinenses y su padre fue encerrado en la cárcel por robar para mantenerlo, de modo que Henry tuvo que vivir en las calles. De no haber sido por alguien que le tendió la mano, de seguro estaría muerto. La persona para quien robó aquella pistola. [caption id=\"attachment_605\" align=\"aligncenter\" width=\"960\"]\"Bernardo Bernardo Monroy – Irregular (cuento). En exclusiva para AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil. Ilustración: abtuno. TodoMePasa.com[/caption] Corrió hasta llegar al segundo piso del departamento de la persona que le daba dinero por realizar trabajitos, que aunque eran ilegales, a la larga servían para ayudar a la sociedad, al mundo, y definir la historia de la literatura. Subió por los tabiques para entrar al estudio de su jefe. Por lo general no usaba la puerta, porque las otras dos personas que allí vivían –un médico y una anciana casera- lo veían con desdén por ser niño de la calle. Por suerte, su jefe era demasiado inteligente para darle importancia a prejuicios tan tontos. Entró por la ventana. Su jefe estaba sentado en su sillón, fumando su pipa. -Te felicito, Henry –dijo, sin siquiera moverse-. Encontraste el arma y corriste durante media hora. Lo supe por el olor a pólvora que distingo desde aquí, por la peste a sudor que despides y por tus jadeos. Huiste de Lestrade, quien aunque no es muy brillante, tampoco es un idiota soberbio como toda la policía de Inglaterra. Por eso siempre vienen a pedirme asesoría a mí, a Sherlock Holmes. Henry caminó hasta el sillón de Holmes, y como un súbdito ante el rey le entregó el revólver. El detective más famoso de la literatura lo sostuvo con la experiencia de un cirujano. [caption id=\"attachment_606\" align=\"aligncenter\" width=\"600\"]\"Bernardo Bernardo Monroy – Irregular (cuento). En exclusiva para AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil. Ilustración: abtuno. TodoMePasa.com[/caption] -Neil Creme. El asesinato de aquel muchacho es sin duda obra de Neil Creme, uno de los socios del profesor Moriarty. Lo sé porque Creme usa veneno para cometer sus crímenes, no pistolas. Mi estimado archienemigo sin duda le pagó… lo que me recuerda que debo pagarte a ti, Henry. Holmes hurgó en su bolsillo y le entregó una moneda a Henry. Por lo general, Sherlock Holmes le pagaba eso a un niño de la calle que le proporcionara información vital para resolver un caso. A lo largo y ancho de Londres, el detective tenía una red de niños sin hogar a los que llamaba “Los Irregulares de Baker Street”, quienes espiaban para él y realizaban uno que otro trabajo. Cuando la información era buena les daba una guinea, pero el auténtico premio no era el dinero, sino colaborar para un detective del tamaño de Sherlock Holmes. -Muchas gracias, Mr. Holmes –dijo Henry, pero el detective lo ignoraba. Estaba de pie, tocando su violín. Henry salió del 221-B de la calle Baker, a vivir, de nuevo, en las calles de Londres, pero satisfecho por ayudar a Sherlock Holmes, sin ser siquiera el Doctor Watson.  
\"Convocatoria Bernardo Monroy es el primer participante de AntologArte, Literatura Infantil y Juvenil. Escritor y periodista mexicano, nació en la Ciudad de México en 1982. Publica a cada rato en medios impresos y electrónicos. Y es invitado consentido de FENAL (Feria Nacional del Libro de León), donde este año dio una charla sobre Sherlock Holmes. Sigue a Bernardo Monroy en Facebook y conoce más de su obra literaria: https://www.facebook.com/bernardo.monroy.50]]>

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