Miedo al terror:
He leído a Lovecraft, a Stephen King, a Poe… y ninguno me ha causado tanto terror como cuando veo a mi mamá con un cinturón.
Fantasmas y duendes me pelan los dientes. Los zombies limpian mis zapatos. El verdadero escalofrío es llegar a casa con mis calificaciones.
No es que se me aparezca Freddy Krueger… pero, en verdad, todas mis pesadillas me quitan el sueño.
Terror cotidiano – Héctor Juárez Lorencilla.
En la entrada anterior se mencionaba: ¿Qué es eso que causa miedo?
¿Qué nos quita el sueño, qué no nos deja descansar cada noche en santa paz?
Desde niños nuestra familia nos enseña a temerle a una cantidad de seres fantásticos y a los castigos divinos si nos portamos mal, o -peor aún- el inevitable castigo materno si nos descubren en alguna trastada.
Al crecer, el miedo se traslada al ámbito social: un regaño, que se burlen de nosotros, ser humillados.
Y ya más grandecitos, nos atemoriza el mundo de lo cotidiano: perder nuestro empleo, reprobar una materia, las tribus urbanas, y un gran miedo a conocer la verdad de cualquier asunto.
Hemos creado fantasmas, monstruos, seres repugnantes y crueles, pero la realidad misma de nuestro actuar incorrecto es lo que nos da más miedo.
No importa si es horror o temor: ambos causan pulsaciones aceleradas, respiración sofocada, angustia, repulsión, asco, rechazo y, finalmente, enojo e impotencia.
Una noche oscura en cualquier calle solitaria nos genera la sensación de desabrigo, pensamos en ladrones, rateros, navajas, cuchillos, pistolas, violadores, etc. Y, ¿qué hacemos en ese lugar a esa hora?
No pasó nada, qué susto, no me vuelve a pasar eso. Mentira, te va a volver a pasar por lo mismo que no te pasó nada, tentamos nuestra suerte, abusamos de nuestra confianza y traicionamos nuestra seguridad y tranquilidad.
¿Quieres vivir con miedo al terror? Tienta tu suerte...