Esta generación tiene una disposición de información increíble: sólo necesita googlear el tema y ver videos, documentos, presentaciones, cursos, etcétera. Sin embargo, es la generación más desinformada.
El problema no es la información, ni la escasez, ni el exceso, sino las motivaciones; esta generación no hace nada si no está motivada por algo, las pretensiones de la familia no bastan, los fines de educación no les motivan, las normas de trabajo las desprecian y no les motiva el centro escolar.
Los maestros dicen: ¿Qué hacemos?, nada les gusta de la escuela, no hacen las tareas ni los trabajos, no quieren estudiar, salen mal en los exámenes y no les importa irse a extraordinarios, son apáticos a la escuela, leer es sinónimo de aburrido.
¿Qué quieren nuestros alumnos del siglo XXI?
Quieren estudiar jugando, ese es el primer reclamo.
¿De dónde sacaron esta idea? De las mismas autoridades de la educación, que pensaron que un aprendizaje constructivo y significativo se logra mejor jugando, con actividades lúdicas y trabajos dinámicos y divertidos.
A primera vista parece coherente y anima a los maestros a ser creativos e innovadores, y hay docentes que hacen el esfuerzo por tener prácticas diferentes; sin embargo, sus prácticas fallan o tienen resultados pobres.
Entramos en un primer punto de reflexión: ¿El maestro y el alumno tienen el mismo concepto de juego?, ¿de contenido lúdico?, ¿de estrategias dinámicas de aprendizaje?
NO. El alumno del siglo XXI piensa que lo divertido debe ser digital, a través de una consola, una tablet, etc.; piensa que el juego divertido es aquel donde tenga que ganar o perder, en un aprendizaje por ensayo-error a través de los ordenadores, donde aprende estrategias para llegar a un objetivo práctico y pasar diferentes niveles de dificultad, donde se pone a prueba su memoria, su atención, y su capacidad lógica para pasar de una estrategia a otra.
¿Cómo aplicar esto a las diferentes materias y contenidos temáticos?
Son dos informaciones diferentes. En un juego de ordenador el alumno puede pasar horas jugando con ensayo-error y adquirir habilidades psicomotoras, de atención, de memoria; pero no tienen contenidos informativos de la currícula oficial.
Los juegos digitales con contenidos temáticos son calificados de “ñoños” y aburridos.
¿Cómo hacer entender a las autoridades educativas que mientras más repitan esta idea de aprender jugando, el alumno justifica su actitud expresando que el maestro es aburrido, que la escuela les aburre, que prefieren trabajar y finalmente cualquier otra opción es mejor que la escuela?
Lo digital y lo análogo coexisten, han transformado a las naciones. Los avances tecnológicos son importantes y deben ser aprendidos de manera significativa, con construcciones y modificaciones mentales, intencionadas.
Lo lúdico es significativo cuando hay aprendizaje relacional, vinculado con la vida y trasciende cuando se aplica a los trabajos, tareas, juegos, prácticas. Ese es el verdadero aprendizaje significativo.
¿Cuándo es un aprendizaje significativo, construido lúdicamente? Cuando el juego posibilita nuevas formas de juego, nuevas posibilidades de resolución; cuando hay un aprendizaje real, cuando desarrolla la creatividad y da nuevos problemas al problema original; el alumno muestra interés por saber más, es feliz y adquiere mayor seguridad y autoestima.
Los alumnos del siglo XXI quieren las calificaciones más altas con el mínimo esfuerzo, dicen estudiar y al ser cuestionados o reevaluados no saben en absoluto nada, o casi. ¿De quién es la culpa? “Del maestro”, señalan los padres de familia y la sociedad en general.
El maestro es el gran culpable de que los niños no sepan nada, no hacen nada en el salón, los alumnos se la pasan jugando en la escuela y no estudian… ¿acaso no es esto lo que pregonan las autoridades educativas?, ¡que los alumnos aprendan jugando!
Por otra parte, no crean que los actuales padres de familia están mejor preparados que los de antes.
Los anteriores asumían una responsabilidad de llevar a los hijos a clases y apoyaban a los maestros para que dieran educación a sus hijos, veían con respeto a los maestros y los tenían en gran estima. Los padres de hoy, en cambio, parecen ser enemigos de los maestros, cuestionan las tareas, los métodos, les exigen respeto y cuidado a sus hijos-alumnos, aunque ellos no lo tienen al interior de sus hogares, solapan que los hijos no vayan a las escuelas, permiten que se desvelen viendo la tele hasta las 11 ó 12 de la noche, le dejan salir a la calle a jugar todo el día, los dotan de teléfonos celulares, pantallas y juegos para hacerles la vida más divertida y actual.
Tanto los padres de familia como los alumnos exigen, reclaman ser comprendidos por su edad, su condición social y económica. Dicen los padres de familia: ¡son niños!, ¡son jóvenes!, entiéndalos, ¡están en la edad de la punzada!, ¡todos merecen una segunda oportunidad! Esperan que el maestro solape las deficiencias del hijo, que lo pase aunque no sepa nada, que le ponga diez por haber entregado un trabajo que copió y pegó.
Las consecuencias educativas, sociales, económicas, políticas, etc. son muchas y de gravedad porque la SEP propone algo que sus propios teóricos no pueden hacer. Teorías y propuestas hay muchas, la práctica es la gran ausente en este debate, los padres tienen sus propias formas de educar y enseñar y los maestros hacen lo que pueden hacer. Tres agentes importantes desarticulados en la educación de una nación.
Hay padres de familia que utilizan el juego para enseñar, a través de canciones, de cuentas, de maderitas, de dibujos, de un sinfín de estrategias para hacer contar a los hijos, para hacer leer a sus niños. ¿Por qué al entrar a la escuela primaria desaparece esa forma lúdica de aprender?
¿Qué solución existe?
Como lo dije en mi texto anterior: permitir que miles de padres eduquen a sus propios hijos, padres que están preparados y dispuestos a hacer la tarea que les corresponde.
Examinar a los maestros de preescolar a bachillerato en los contenidos que deben dominar. Habrá maestros que aprueben y una gran mayoría va a reprobar. Este es el requisito para continuar en su formación docente, en la actualización docente. Es decir: existen mínimos para ser capacitado como docente, pero si el docente no tiene niveles académicos, mucho menos didáctico-pedagógicos.
De qué sirve decir que están recibiendo una capacitación en los Consejos Técnicos Escolares cuando no saben leer y escribir funcionalmente, presentan deficiencias en sus áreas de desempeño.
Una casa desordenada empieza a cambiar cuando se ponen las cosas en su lugar, desechar lo que no sirve, guardar lo que sí sirve en su lugar. Un sistema educativo no va a cambiar con los mismos maestros, las mismas prácticas, los mismos vicios educativos y sociales, y con proyectos nacionales irreales.
*Héctor Juárez Lorencilla es Licenciado en Educación Primaria, en Leyes y en Relaciones Internacionales.
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