Diario de una parturienta:
Di no a la cesárea innecesaria
Texto y fotos: MamiTatuada
MamiTatuada.wordpress.com
Parte de que me haya convencido de tener parto natural fue por miedo a que me abrieran por la mitad. A que me pusieran anestesia de más. Y a terminar muerta en la sala del quirófano sin haber conocido a mi bebé Alicia. Un panorama horrible para una mujer que está a punto de convertirse en madre. Pero, tristemente, es una posibilidad. Cuando contaba que estaba ansiosa por un parto natural y conocer los límites de mi cuerpo, me tacharon de loca. ¿Cómo iba preferir sentir las contracciones que me indicarían que mi hija estaba cerca? ¿En lugar de permanecer drogada sin enterarme de qué estaba pasando? Pero no culpo a las mujeres de sentir tanto miedo a la hora de parir. No hay disponible apoyo o información que nos ayude a cambiar nuestra mentalidad y seguir nuestra propia naturaleza. [caption id=\"attachment_2324\" align=\"aligncenter\" width=\"723\"]
Pero enfoquémonos: estaba hablando de la sesión de preguntas y respuestas.
No me hagan mucho caso. Pero yo esperaba que esa parte de la charla sería para despejar las dudas que pueden surgir en torno al parto. Y a su vez, para “prepararnos para el mismo”. Al menos así se llamaban las charlas: Preparación para el parto. Y pues ni fue preparación ni nada parecido. Las asistentes preguntaban, y los ponentes se limitaron a responderles: Será el peor dolor que experimentes en tu vida. Las mujeres deben aguantar cómo una sandía sale por su vagina. Y aunque se usa la anestesia en muchos casos, no se puede dormir del todo. Porque si no, no saben por dónde pujar. ¡WTF! Pero eso no fue lo peor. Algunas mujeres contaron su “horrible experiencia” durante su parto. Y solo mencionaban más dolor insoportable y ganas de morir con tal de que el dolor acabe. Wow. Ahora entiendo por qué tantas mujeres optan por una cesárea en su primer embarazo. No conocen el dolor, pero prefieren no experimentarlo porque todo el mundo les mete miedo. Algunos de mis lectores sabrán que en ocasiones mi hippie interior sale y soy defensora fehaciente de lo natural. Por ende, luché con todo lo que estuvo en mis manos para que mi parto natural se respetara. No todo fue miel sobre hojuelas. El día que mi niña quiso salir de su cómoda casita, me tuvieron que hospitalizar de emergencia. Una noche antes mi presión estaba muy alta. Pero lo atribuí al cansancio. Y dos días antes había estado sintiendo las contracciones Braxton Hicks. Pero su presencia no era intensa o frecuente para tomarles importancia.Me desperté a las siete de la mañana. No me sentía mal. Pero mi madre insistió en tomarme la presión y, afectivamente, el número la alarmó. Corrimos al hospital.
Llegué, y había varias mujeres esperando. Ya me sabía el procedimiento. Por ello quise esperar todo el tiempo posible en mi casa, para solo llegar a parir e irme. Pero mi Ali no quiso. La enfermera me checó la presión. Inmediatamente pidió la presencia de una doctora para que me pasaran de urgencia a ultrasonido. Al menos no tuve que esperar mi turno y me salté a todas las señoras que estaban antes. [caption id=\"attachment_2325\" align=\"aligncenter\" width=\"723\"]
Mi esposo subió a verme un rato. A las seis terminaban las visitas y no le permiten a los hombres quedarse a velar. Maldito sistema patriarcal.
Mientras maldecía a todos por no darme comida, comenzaron mis contracciones y fueron aumentando su intensidad. Iba muy bien, infinidad de obstetras alagaron mis caderas diciendo que estaba más que perfecta para tener parto natural. (Oh, stop, you blush me.) Había leído que la forma de acelerar el proceso era caminando, así que me puse en modo de leona enjaulada. También noté que entre más caminaba, menos dolor sentía. De pronto, y cuando menos imaginé, llegaron los camilleros para llevarme al área de toco. Ahí una doctora me ayudaría antes de entrar a quirófano. En este punto las contracciones me tenían cansadísima. Acepté la anestesia para poder dormir un poco antes de comenzar con la “pujadera”. No tenía idea de que la anestesia duraba tan poco. Mientras descansaba llegó la contracción más fuerte que me levantó de mi sueño profundo. En este momento supe que mi hija estaba a punto de llegar. Podía sentirla bajando y abriéndose camino. Es una sensación maravillosa casi imposible de describir. Cuando por fin me pasaron al quirófano, bastaron tres contracciones y pujos para escuchar llorar a mi pequeña. Todo había terminado. Eso que habían satanizado tanto. Ese dolor insoportable del que todas hablaron, ese sentimiento de querer morir… Nada de eso estaba. Y ni siquiera tenía la certeza de que haya llegado en algún momento. [caption id=\"attachment_2326\" align=\"aligncenter\" width=\"723\"]