Sueño recurrente: Amigos imaginarios

Desde niña tuve un sueño recurrente: Volar sin alas luego de correr para tomar impulso y dar un salto enorme… Entrar a cualquier estación del Metro, ir a la taquilla para pagar los dos pesos de mi boleto, recorrer el andén lleno de globos y de payasos que me invitan a conducir el convoy siempre y cuando no abra los ojos, al fin el transporte ya ha sido programado por geniecillos en computación que con algoritmos incomprensibles pretenden evitar accidentes causados por negligencia humana… Lo mejor de todo es que el Metro que yo conduzco termina volando, primero gracias a imanes que lo hacen levitar, después por mi mero deseo de escapar de un túnel oscuro. El sueño que más recuerdo, y que me ha perseguido por años, tiene que ver con ardillas moradas. Un montón de ardillas moradas que me siguen a todas partes, así como a Homero Simpson y a otros personajes de caricatura se les aparecen de pronto un Homerito blanco y muy bueno, vestido de ángel navideño con poco presupuesto, y un Homerote rojo y negro, con sus infaltables cuernos en la frente y una larga cola terminada en triángulo. Las ardillas van detrás de mí todo el tiempo, sin importar lo que yo haga o piense. No sé cuándo comencé a verlas, a imaginarlas o lo que sea. Las primeras noches –o bien: los primeros días, porque en mis sueños generalmente hay luz solar, o un arco iris o más estrellas que en cualquier video de la web de la NASA– me hablaban todas al mismo tiempo: “Haz esto. No hagas lo otro. Sonríe. Quieta. Cállate. Di algo. ¿Estás segura? Te tomas la vida demasiado en serio”.

Llegué a temerle tanto a esas malditas ardillas que preferí dejar de dormir. Adiós a mis sueños.

Investigué en internet, mi niñera favorita, y ahí descubrí que en la farmacia podía comprar sin receta aspirinas con cafeína…
Continuará.
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