Luego preguntan por qué ando de grinch



La Niña TodoMePasa dice:

Yo no sé si en serio en serio en ciertas partes de provincia se acostumbra ser naco, pero esta es la primera vez en la vida que alguien me regresa un regalo.

No, ni siquiera me lo regresaron, es más: es la primera vez que alguien me RECHAZA un regalo.

(Sin contar las veces de adolescente que anduve de dadivosa tratando de repartir mi \”amor incondicional\” a una panda de tíos imbéciles.)

No esperaba que me hicieran una fiesta con globos y cohetes a cambio de un inchi obsequio, pero debí imaginar que el mismo rancherito que alguna vez me colgó el teléfono (y a quien de inmediato le marqué de nuevo, pensando que era una falla del servicio móvil) porque, según él, le hablé muy recio, o sea: ¡mi vida!, ¿acaso tus orejitas son de algodón, y tú eres un conejito más delicado que cualquier peluche? 

Obvio que debí imaginar que ese rancherazo era capaz de dejar el maldito y elegante portafolios que le compré ahí, arrumbado en el escritorio de la oficina.

¡Vaya! Si le quitó el papel de regalo y no le gustó el objeto, lo mínimo que pudo haber hecho era tomarse la molestia de envolverlo de nuevo, para así yo poder dárselo a alguien más (cosa que por supuesto haré, ¡bah!).

Porque ahí estuve yo, con mi cara de idiota y un pliego de papel cursi brilloso haciendo dobleces con tanta delicadeza como si vistiera una muñequita Monster High. Hasta puse un disco de villancicos de Elvis para sentirme cual ama de casa que pasa horas de su día cocinando mamarrachadas que sus hijos le darán al perro por debajo de la mesa con el pretexto de:

\”Es que no me gustó, no es mi estilo\”, te dicen ante la pregunta de si acaso el dichoso portafolios está tan feo (o si la comida de ama de casa sabe tan horrenda) o qué pex.

Mientras tú esperas escuchar un \”¡Pero cómo crees!, me encantó, pero lo dejé en la oficina porque no quería que se maltratara en la Oruga en que viajo por no gastar mi lana en un financiamiento para tener mi propio coche. Es más: deja le pido a mi jefe la camioneta blindada y unos guaruras para que nadie me vaya a robar el portafolios que con tanto esmero envolviste para que yo me acordara de ti por el resto de mi existencia\”.

Todavía le pregunté al tipo si al menos vio el libro y la corbata que venían adentro del portafolios… Porque, igual, si el estúpido portafolios no le agradaba, al menos sabía que él llevaba años consiguiendo ese libro (lo que es no saber usar internet). Y, además, las corbatas con que viste son más bien corrientotas.

\”¿Que no lo abriste? Ay, qué pena… Al parecer alguien sí lo abrió mientras estábamos de vacaciones\”, le mentí con todo descaro. \”Porque ya no están adentro ni el libro ni la última corbata de seda que confeccionó ese pobre gusanito chino cuya especie quedó al borde de la extinción luego de tamaño esfuerzo\”.

Por eso he decidido que para la próxima vez NOOO le entro a ningún intercambio. O bien, que sí le entro, pero jamás vuelvo a pasar tres horas en las tiendas comparando ofertas de portafolios, libros y corbatas… 

¿… o qué creyeron, que YO iba a pagar el precio completo de un regalo para un tipo que ya sé que es un imbécil y que ni siquiera me cae bien???

¡Y eso que le di ese paquete con todo mi cariño! ¡BUAH!!!

Canvio y juera.

((Nota del editor: Hechos, circunstancias y demás tonterías fueron cambiadas en el presente relato para no herir susceptibilidades ni afectar la vida privada de portafolios, corbata o libro alguno.))

((A usted, lector lectora querido(a) que se sintió reflejado en este texto, de una vez le digo que nooo se está hablando sobre usted, ¡no no y no! Y aun si sí se estuviese hablando sobre usted, este H. intento de blog lo seguirá negando de aquí a que otra vez surja la fabulosa idea de entrarle a un bonito intercambio.))