Alebrijes textuales – Lauro Zavala

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Esta compilación de textos de prosa breve reúne a 107 autores de todo el país, cuyas edades oscilan entre los 20 y los 80 años, es decir, abarca varias generaciones de escritores vivos. Cada una de las 32 entidades federativas está presente, con excepción de Aguascalientes, Baja California Sur, Campeche, Guerrero, Oaxaca, Querétaro, Quintana Roo y Tabasco; si bien casi la mitad de estos escritores (45) escriben en la Ciudad de México, incluyendo 2 residentes en el país que nacieron en España (Federico Patán y José de la Colina). Se trata de 79 hombres y 28 mujeres. Es, entonces, una muestra que puede ser considerada como representativa de lo que se está escribiendo en el país en este momento.
Hay varias tendencias dominantes en esta escritura. En primer lugar, el tema más recurrente es la muerte, que aparece en casi el 90 por ciento de estos textos, y que coincide con su naturaleza fantástica.
El tono dominante es fuertemente trágico, derivado del desencanto, el descrédito, y la ruina física y moral de sus personajes, víctimas del azar destructivo y la decepción existencial. La tragedia narrada en estos textos puede ser definitiva (p. 87) [José de la Colina] o cotidiana (53) [Enrique Ángel González], y tiene como causas evidentes un error divino (53) [Enrique Ángel González], un error de imprenta (88) [José Espinosa-Jácome] o un desencuentro familiar (41) [Carmen Simón]. Sus formas pueden ser las de un laberinto sin escapatoria (89)[José Luis Sandin], un chiste cruel (82) [Joaquín Márquez]o un destino inexorable (62) [Guillermo Samperio], y son consecuencia del odio (58) [Gabriela D’Arbel], el fastidio (59) [Gabriel Trujillo Muñoz], la separación (25) [Alejandro Villagrán], el desamor (90) [José Luis Zárate], la tristeza (60) [Gerardo Oviedo60], la derrota (142) [Yunuen Rodríguez]o el simple tedio navideño (85). [Jorge Jaramillo Villaruel].
Estos textos están construidos con un lenguaje común, a partir de términos como vacío, horror, desencanto (101) [Marco Antonio Campos], pérdida (102) [Marco Aurelio Chavezmaya], pesadilla (92) [Josué Barrera], asesinato (91) [José Manuel Ortiz Soto], locura (123)[René Avilés Fabila], venganza (114) [Oscar Garduño]y abandono (16) [Adán Echeverría]. La intención de estos textos es producir un sentimiento de pérdida, enfado, traición y soledad, provocados por la presencia insoslayable e indistinta de fantasmas (58) [Gabriela D’Arbel], estatuas (135) [Santiago Ruiz Velasco], bebés preñados (143) [Yussel Dardón], esqueletos (133) [Rubén Pesquera Roa], parejas monstruosas (139) [Víctor Antero Flores], hadas suicidas (79) [Jessica Montaño de Juárez] o una serie interminable de verdugos (122). [Renato Guillén Durán].
Hay frecuentes alusiones a Cristo, Dios, Adán, Caín y Abel, en versiones sarcásticas, burlonas, blasfemas e irreverentes (117)[Peter Paul Ramírez] (118)[Pilar Alba] (67)[Hugo López Araiza Bravo] (43)[Daniel Zetina] (120) [Quique Ruiz]. Incluso los profetas del desierto y la montaña (Mahoma, Moisés, Abraham) aparecen acompañados por el estruendo de las ametralladoras (132)[Rubén García García] y el escepticismo de la ciencia (141) [Victor Hugo Pérez Nieto].
En este punto es necesario detenerse un momento para señalar que la naturaleza de la narrativa extremadamente breve propicia el empleo de la paradoja, que es una estrategia para condensar ideas contradictorias de manera sintética y compleja. En estos textos, la paradoja aparece cuando lo grotesco y repulsivo es convertido en terapia contra el cáncer; cuando el secuestro de un ser querido es transformado en una alegoría del despecho (100) [Marcial Fernández], o cuando se deplora el crimen realizado por un vecino, pero se reconoce que tiene buenos modales (91) [José Manuel Ortiz Soto]. Todas ellas son paradojas de la condición kafkiana de la vida en un país lúgubre (que, por supuesto, no es el nuestro, sino Austria, 101) [Marco Antonio Campos]. Todas ellas son formas de convertir lo extraño en útil o aceptable. Pero en este volumen también hay paradojas que tienen el sentido opuesto, como cuando un momento de posible erotismo se revela como una experiencia de supremo dolor, agonía y muerte (124) [Richard Densmore]. No es casual que el erotismo en estas historias está presente en forma procaz (47) [Diana Raquel Hernández Meza], explícita (68) [Ignacio Betancourt] o perversa (75) [Javier Perucho].
Si tomamos este volumen como un indicador de la imagen que los mexicanos tenemos de nosotros mismos en este momento, es revelador lo que se produce en estos textos con los símbolos de la mexicanidad. Éste es el caso de imágenes como la de un tragafuegos que ahora ocupa en las esquinas el lugar que ocupaba el Minotauro en el mundo clásico (77) [Javier Zúñiga Monroy]; unos alebrijes y quetzales que se destruyen entre ellos (40) [Carmen Carrillo]; una siniestra presencia alegórica del popular pan de muerto (49) [Édgar Omar Avilés], o la bandera nacional pisoteada públicamente “porque bajo el escudo nacional se esconde un nido de cucarachas” (27) [Alonso Díaz de Anda].
La lectura de este volumen produce una sensación particularmente sombría, y es inevitable asociar estos contenidos con el grave momento de mediocridad educativa, atraso académico, estancamiento económico y científico, y violencia y corrupción extremas que se está viviendo en el país.
La abrumadora mayoría de los textos contenidos en este volumen está formada por minicuentos, es decir, por textos narrativos sin ninguna intención de hibridarse con el ensayo, la poesía o algún género extraliterario. En ese sentido, en este volumen hay muy pocas minificciones.
Sin embargo, en algunos casos encontramos textos en los que hay rasgos de minificción, es decir, rasgos de naturaleza lúdica, con ironía intertextual, hibridación genérica, erotismo gozoso y reflexión sobre el acto de leer y escribir. Esto ocurre, precisamente, en el 10 por ciento del volumen. Por ejemplo, el espíritu lúdico adopta la forma del juego de palabras (Grijalva,48) o de una autorreferencial estructura rítmica (Rubio, 46). Y el humor está presente, por ejemplo, en la irónica tematización del inicio clásico. “Había una vez…” (Ugalde, 63) o en la descripción de una rutina cotidiana que sorpresivamente se cierra con el guiño metaficcional dirigido por la protagonista al autor del texto (Patán, 54).
Un rasgo frecuente en la minificción es su naturaleza intertextual, lo cual está casi totalmente ausente en este volumen, con excepción de breves alusiones a Cervantes (Monsreal, 21), Carroll (Clavel, 31), Shakespeare (Pérez, 52) y Kafka (Campos, 101), y un par de alusiones irónicas a las sirenas homéricas (133) [Samia Badillo] (137) [Úrsula Fuentesberain].
En este conjunto resultan extremadamente sorprendentes los textos en los que se reflexiona sobre la escritura (Guedea, 127) y los que construyen un clima de erotismo sugerido a través de la mera insinuación (Cadena, 20).
Y más aún, sorprenden por su extrema rareza los textos que combinan erotismo con humor urbano (Vizcaíno, 93), humor metaficcional (Baizabal, 44) o humor intertextual (Pérez, 52) (Olague, 81). Todos estos textos son, por cierto, los más breves del volumen, y por lo tanto, los que requieren de mayor precisión en la escritura y exigen mayor trabajo por parte del lector.
La presencia de la conciencia histórica o social es aún menos frecuente, y aparece como un comentario al pie de foto de una imagen ampliamente conocida de la Revolución mexicana (Oropeza, 86) o como una reflexión sobre la futilidad histórica de ser un activista (Cerda, 107). Y si la militancia o la conciencia social no llevan a ningún lado, tal vez sólo queda la esperanza que nos ofrece la música, como en la fiesta invocada por la sonoridad de las palabras (Ramírez, 78) o en los juegos de pirotecnia verbal (Grijalva, 48). Estas formas de luminosidad textual son cada vez menos frecuentes, y ocupan un espacio cada vez menor en el conjunto de la prosa breve. Pero tal vez ahí se encuentra lo que Gramsci llamaba “pesimismo de la razón y optimismo de la voluntad”.
En resumen, los alebrijes textuales contenidos en este volumen tienen la naturaleza de esas figuras de cartón que se producen en la sierra de Oaxaca (en el corazón del país) y que son una especie de monstruo multicolor, una aberración detallada, una mezcla de barroquismo fantástico, melancolía disfrazada y fiesta petrificada.
Bienvenidos al universo de estos alebrijes textuales.
José Manuel Ortiz Soto y Fernando Sánchez Clelo (antólogos), Alebrije de palabras. Escritores mexicanos en breve. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla BUAP 2013. Puebla, Puebla, México.
Texto tomado del blog: Internacional microcuentista, revista de microrrelatos y otras brevedades.
http://revistamicrorrelatos.blogspot.mx/2013/08/prologo-de-alebrije-de-palabras-lauro.html